viernes, 26 de marzo de 2010

34º Aniversario del Golpe de Estado

El 24 de marzo lo recordamos como un día que, lejos de ser bienaventurado, marcó el comienzo del peor régimen autoritario de la historia contemporánea Argentina. En el marco de una sociedad que desestimaba al gobierno democrático de Isabel Perón, se irguió una junta militar destinada, explícitamente, a “reformar” el país de arriba a abajo.
Se hicieron llamar Proceso de Reorganización Nacional, (término que todavía sigue siendo usado erróneamente) y su plan consistía básicamente en reprimir todo pensamiento que se opusiera a su doctrina totalitaria y neo-fascista, mediante el empleo de la censura pública en publicaciones, obras de arte y medios periodísticos, además de la represión violenta, detención y muerte. Se impusieron estrictas limitaciones hasta en la forma de vestirse y de arreglarse, y se cerraron carreras universitarias y centros de investigación en todo el país.

Durante los siete años que duró la dictadura, se organizaron planes metódicos de detención, tortura y exterminio hacia los que, a su criterio, eran subversivos, continuando con el modo de acción que la Alianza Anticomunista Argentina había iniciado años antes del Golpe. En tan solo los primeros cuatro años de dictadura se detuvo a la mayoría de los 30.000 desaparecidos que ahora se calculan, alterando para siempre la conciencia colectiva de nuestra nación, una vez enterada completamente de estos delitos de Estado. En medio de esta masacre, la publicidad oficial de autopromoción siguió su curso, sin percances, y el ocultamiento de todos los crímenes de lesa humanidad que se estaban cometiendo en ese momento contribuyó a un silencio sepulcral por parte de la mayoría de la población, que, aunque en general dudaba del accionar de los militares, no se atrevía a pensar demasiado. En 1978, en plena época de terror, Argentina albergó el decimoprimer Mundial de Fútbol. Éste había sido planeado antes del Golpe de Estado, pero aun así contribuyó muy bien a la publicidad nacionalista dentro de nuestras fronteras, necesaria para seguir manteniendo un discreto apoyo al régimen. Los partidos más importantes se jugaron en el Estadio Monumental, no lejos de la Escuela de Mecánica de Armada, edificio considerado el peor centro de detención de toda la dictadura. Sólo allí, 5000 personas fueron torturadas y posteriormente desaparecidas.

Pero, ¿quiénes eran estos 30.000 desaparecidos? ¿Eran terroristas o cómplices de terrorismo, como confirmaban los militares de la Junta? No se puede obviar que en el marco de esta llamada Guerra Sucia existieron hechos delictivos graves por parte de organizaciones que luchaban en contra de la Dictadura. En lugar de recibir un juicio justo, como lo estipula nuestra Constitución Nacional, fueron sometidos a estos horrorosos procesos clandestinos. Con el agravante de que la gran mayoría de los desaparecidos eran estudiantes secundarios y universitarios, sin cargos penales, e incluso algunos, sin participación alguna con organizaciones sociales o militantes. El criterio de detención, además de ser obviamente injusto, no tenía ningún tipo de lógica: tener, por ejemplo, en una libreta el teléfono de alguien considerado subversivo equivalía a colaborar con él, a los ojos de los represores. Muchos eran estudiantes que, como las víctimas de la Noche de los Lápices, defendían una causa a favor de toda la comunidad estudiantil, o bien, protestaban pasivamente contra el autoritarismo del gobierno. Estudiantes como nosotros, al fin y al cabo, que, quizá por abrir demasiado la boca o tener menos reparos que otros al exhibir sus posesiones, terminaron con una suerte distinta.

Cada 24 de marzo conmemoramos el aniversario del Golpe de Estado que marcó para siempre la historia argentina. Conmemoramos también a los 30.000 desaparecidos que dejó este régimen de terror, comprometiéndonos a nunca más dejar pasar a una masacre como tal. También nos comprometemos a que se haga justicia, porque, aunque la mayoría de los que perpetraron intelectual y materialmente estos crímenes estén ahora en la recta final de sus vidas, es necesario que se concreten todos los procesos posibles, ya que la dignidad de los desaparecidos y sus familias está más presente ahora que nunca. Debemos reflexionar profundamente acerca de nuestro papel, como estudiantes, dentro del Estado. Debemos tener en claro que poseemos peso en esta sociedad, que en un futuro caerá bajo nuestra responsabilidad, así también como la historia que ésta conlleva. Para ello, deberemos sí o sí forjar una conducta ciudadana impecable que respete nuestra Constitución, al igual que muchos que pelearon por ella desde la gloria y el anonimato. Muchas veces, tal vez a diario, permitimos que se nos diga que este país está perdido, que del camino de la verdad y la justicia ya nos hemos desviado demasiado y que no importan nuestras acciones. Pero fueron personas, iguales a nosotros, las que, en tiempos difíciles, tuvieron el coraje de levantar los estandartes de la resistencia y decirle al mundo que estamos vivos, que tenemos orgullo y que nada está terminado.
Nosotros somos los hijos de esta sufrida patria, y con pasión debemos defender, no necesariamente lo que fue, sino lo que puede ser, lo que podemos ser. Y abogarnos, como lo dijo un fiscal allá por el 85, por el Nunca Más.

martes, 2 de marzo de 2010

¿Dónde están?

¿Dónde están esos jóvenes inigualables?
¿A dónde se metieron esos muchachos sonrientes, niños con porte de adulto?

¿Por qué ya no veo a esas ideas por los pasillos?
¿Por qué la música ya no se escucha en el baño?
¿Por qué el hombre araña ya no trepa por los tejados?

¿A dónde fueron los críticos, los militantes, los dementes?
¿Las polillas habrán carcomido los coloridos manteles?
¿Se habrá independizado la Banda Oriental?
¿Se cortó el pelo Lorca?

¿Por qué ya no se habla en la biblioteca?
¿Por qué los celulares no bailan más?
¿Por qué no sé canta en las mesas?
¿Por qué Perón ahora se engomina el pelo, y los pizarrones son rectángulos verdes?

¿Dónde están los profesores? ¿Acaso son invisibles?
¿Por qué la presidencia ya no censura, y los guardias ya no se ríen?
¿A dónde está el Purgatorio, que no lo encuentro?
¿Por qué apareció Wally, y ya no es un preceptor?
¿Por qué las mujeres ahora son de carne y hueso, y los hombres ya no son de barro?
¿Qué ocurre con los discursos, que no dicen nada?

¿Por qué el mercurio está en prisión?
¿Por qué en los colectivos ya no se habla por lo bajo? ¿Es que aprendieron a hablar más alto?
¿Por qué ya no secuestran a los menores?
¿Por qué el que consigue ahora es un ladrón?
¿Por qué los camaleones ya no usan gorro?

¿A dónde quedaron las prostitutas, los enfermos psiquiátricos, los soldados, las plantas carnívoras parlantes?
¿Por qué el piso de arriba ya no tuerce la boca?
¿Por qué la gente ya no se ríe de las cebollas?
¿Seguirán las burbujas surcando los aires?
¿Cuántos años quedan para que se extingan los travestis?

¿Por qué los hombros ya no pesan?
¿Por qué las manos ya no deliran?
¿Por qué Obi-Wan ya no enseña música?
¿Por qué agosto ya no es octubre?
¿Por qué ELP no suena en las paredes?
¿Por qué el Che ya no enseña biología?

¿Desde cuándo en Argentina se usan armas de fuego?
¿Así que sólo hubo dos guerras mundiales?
¿Es verdad que ya no se practica anatomía con gente viva?
¿Así que el invento de Laszlo fue un éxito?
¿Desde cuándo las ventanas se rompen, y los pasillos son ríos?
¿La gente ya no va al colegio en saco de vestir?
¿Ya egresó Harry Potter? ¿Ahora escriben bien su nombre?

¿Alguien me puede decir a dónde se fueron estos muchachos, tan adultos y tan niños? ¿Alguien me puede explicar por qué siento lo que siento, sin haberlo todavía visto, escuchado, vivido?

Escritos sobre la almohada

Mente intranquila,
Piernas que no paran de moverse.
Melancolía, nostalgia hacia una nada,
la luz que se enciende y se apaga,
de una lámpara desnuda.
Luz fría y muda que, lejos de acompañarme
ilumina y retrata mi insomnio.

Es de la mente, mas no del cuerpo,
que aunque me pesen los ojos,
aunque me duelan los brazos,
y aunque me arda la piel,
contrae mis falanges y dibuja el papel.

El sueño me gana, mas no quiero dormirme.
Tengo hambre, pero no quiero comer.
Tengo sed, y ya no quiero beber.
Insípido me sabría cualquier bocado.
Amarga sentiría el agua al deslizarla por mi lengua.
Incómoda me resulta la almohada.

Entonces, ¿se puede saber qué quiero?
¿Se puede saber por qué extiendo tanto esto,
para penoso aburrimiento de quien lo leyera,
por qué escribo por escribir?

¡¿Por qué intento creer que el agua sabe mal,
que la comida no tiene sabor,
que la almohada se hunde?!
¡¿Por qué mierda acaso retrato el insomnio haciendo de cuenta que lo padezco, e imagino tener el organismo disconforme, sólo para no dormirme temprano?!

¡Aberrante excusa para confesar con alguien mis penas!
¡Ridícula oportunidad para calar mis pensamientos en este mísero trozo de papel!
¡Asquerosa pérdida de tiempo para un lector que ya no podría diferenciar esto de una prosa!

Entonces, ¿qué buscás, mente, que ya tanto me hacés perder el tiempo a mi, para querer hacerle perder el tiempo a otros?
¡Si esta porquería ya no tiene sentido!
Es más, ¡nunca lo tuvo!
Egoísta, bufona que intenta llamar la atención del resto.
¡Eso es lo que sos y lo que siempre fuiste!
Siempre utilizaste artilugios para ganarte al resto,
¡haciéndote la víctima y manipulando, como no podría ser otra cosa!
Si tu intención inicial era hacer un poema dedicado a alguien en particular, ¡todo rastro de esa intención se esfumó, si alguna vez la tuviste realmente!
¡Así que apagá la puta luz y dejate de joder, que mañana se te pasa!

Pero no, seguiré escribiendo.

viernes, 12 de febrero de 2010

Debate indirecto con un teólogo

Hace un par de días un amigo me pasó un texto de un teólogo estadounidense, que defendía la postura oficial católica sobre la teoría de la evolución. Me pareció interesante leerla, y luego hacer una crítica basándo en mi punto de vista (el que comparto con gran parte de la comunidad científica). Aquí va el texto, extraído de la página web .

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Pregunta:

¿Cómo responde la Iglesia Católica a la teoría científica de Darwin? M. M.
Respuesta:

Estimada:

Le respondo al tema de la posición de la Iglesia respecto de la evolución con el artículo de E. Wasmann, de la Enciclopedia Católica.

Los católicos y la evolución

Una de las cuestiones más importantes para todo católico educado de hoy es: ¿Qué hemos de pensar sobre la teoría de la evolución? Acaso hemos de rechazarla como sin fundamento o enemiga del cristianismo, o más bien hemos de aceptarla como una teoría establecida del todo compatible con los principios de una concepción cristiana del universo?
Debemos distinguir cuidadosamente entre los diferentes significados de las palabras teoría de la evolución para poder dar una respuesta clara y correcta a esta interrogante. Distingamos (1) entre la teoría de la evolución como una hipótesis científica y como una especulación filosófica; (2) entre la teoría de la evolución basada en principios teístas y la basada en fundamentos materialistas y ateístas; (3) entre la teoría de la evolución y el Darwinismo; (4) entre la teoría de la evolución aplicada a los reinos animal y vegetal y aplicada al ser humano.

Hipótesis científica vs especulación filosófica.

Como una hipótesis científica, la teoría de la evolución busca determinar una sucesión histórica de varias especies de plantas y animales en nuestra tierra, y, con la ayuda de la paleontología y otras ciencias, tales como la morfología comparativa, la embriología y la bionomía, con el fin de demostrar que en el transcurso de las diferentes épocas geológicas, estas especies evolucionaron gradualmente desde sus inicios por causas naturales puramente de su desarrollo específico. La teoría de la evolución, entonces, como hipótesis científica, no considera las especies de plantas y animales actuales como formas directamente creadas por Dios, sino como resultado final de una evolución de otras especies existentes en períodos geológicos anteriores. Por lo tanto, es llama la 'teoría de la evolución' o 'la teoría de la descendencia' ya que implica la descendencia de las presentes especies de otras ya extintas. Esta teoría se opone a la teoría de la constancia que asume la inmutabilidad de las especies orgánicas. La teoría científica de la evolución, entonces, no se involucra con el origen de la vida. Simplemente investiga las relaciones genéticas de especies sistemáticas, géneros y familias y se propone colocarlos de acuerdo a las series de descendencia naturales (árboles genéticos).

¿Qué tan basada en hechos observados está la teoría de la evolución? Se entiende que aún solo es una hipótesis. La formación de nuevas especies se observa directamente solo en unos cuantos casos, y solamente en referencia a las formas que está íntimamente relacionadas; por ejemplo, las especies sistemáticas de género planta Oenothera, y del género escarabajo Dimarda. Sin embargo, no es difícil dar una prueba indirecta de alta probabilidad para la relación genética de muchas especies sistemáticas entre ellas y con formas fósiles, como ocurre en el desarrollo genético del caballo (Equidae), de las amonitas, y de muchos insectos, especialmente de aquéllos que viven como 'huéspedes' con hormigas y termitas, y que se ha adaptado de muchas maneras con anfitriones. Al comparar las pruebas científicas de la probabilidad de la teoría de la evolución, encontramos que ellos crecen en número y en peso, conforme es más pequeño el círculo de formas en consideración, pero se vuelven cada vez más débiles si incluimos un mayor número de formas, tales como las comprendidas en una clase o en un sub-reino. De hecho, no existe ninguna evidencia de la descendencia genética común de todas las plantas y animales de un mismo organismo primitivo. Por eso, hay más botánicos y zoólogos que consideran la evolución poligenética (polifilética) como más aceptable que una monogenética (monofilética). En la actualidad, sin embargo, es imposible decidir cuántas series genéticas independientes han de ser aceptadas en los reinos animal y vegetal. He ahí el meollo de la teoría de la evolución como hipótesis científica. Está en perfecta concordancia con el concepto cristiano del universo; pues la Sagrada Escritura no nos dice en qué forma las especies de plantas y de animales existentes en la actualidad fueron creadas originalmente por Dios. Tan temprano como 1877, Knabenbauer afirmó 'que no hay objeción en lo que concierne la fe, en suponer la descendencia de toda especie animal y vegetal de unos cuantos tipos' (Stimmen aus Maria Laach, XIII, p. 72).

Ahora bien, pasando a la teoría de la evolución como especulación filosófica, la historia de los reino animal y vegetal en nuestra tierra no es más que una pequeña parte de la historia de todo el planeta. De igual manera, el desarrollo geológico de nuestra tierra no constituye sino una pequeña parte de la historia del sistema solar y del universo. La teoría de la evolución como concepto filosófico considera la historia entera del cosmos como un desarrollo armónico, producido por leyes naturales. Este concepto está en concordancia con la visión cristiana del universo. Dios es el Creador del cielo y de la tierra. Si Dios produjo el universo por un acto creador singular de su Voluntad, entonces su desarrollo natural por medio de leyes implantadas en él por el Creador, es para mayor gloria de su Poder y Sabiduría Divinos. Santo Tomás dice: 'La potencia de la causa es mayor entre más remotos los efectos a los que se extiende.' (Summa c. Gent., III, c1xxvi); y Suarez: 'Dios no interfiere directamente con el orden natural, allí donde las causas secundarias son suficientes para producir el efecto deseado.' (De opere sex dierum, II, c.x, n.13). A la luz de este principio de la interpretación cristiana de la naturaleza, la historia de los reinos vegetal y animal en nuestro planeta es, por decirlo así, un versículo en un volumen de un millón de páginas en que el desarrollo natural del cosmos está descrito y sobre cuya portada está escrito: 'En el principio Dios creó el cielo y la tierra.'

Teorías teístas y ateístas de la evolución

La teoría de la evolución citada antes, se basa en un fundamento teísta. A diferencia de esto, existe otra teoría que tiene bases materialistas y ateístas, cuyo primer principio es la negación de un Creador como persona. La teoría ateísta de la evolución es ineficaz para dar cuenta de los primeros inicios del cosmos o de la ley de su evolución ya que no admite ni creador ni legislador. Por otra parte, la ciencia natural ha probado la generación espontánea -es decir el génesis independiente de un ser viviente a partir de materia no viviente-contradice los hechos observados. Por esta razón, la teoría teísta de la evolución postula una intervención por parte del Creador en la producción de los primeros organismos. Cuándo y cómo fueron implantadas las primeras semillas de la vida, no lo sabemos. La teoría cristiana de la evolución también demanda un acto creador para el origen del alma humana, ya que el alma no puede tener su origen en la materia. La teoría ateísta de la evolución, por el contrario, rechaza el supuesto de una alma separada de la materia, y por lo tanto se hunde en un simple y sencillo materialismo.

La teoría de la evolución vs Darwinismo

El Darwinismo y la teoría de la evolución no son de ninguna manera conceptos equivalentes. La teoría de la evolución fue propuesta antes de Charles Darwin, por Lamarck (1809) y Geoffrey de St Hilaire. Darwin en 1859, le dio una nueva forma tratando de explicar el origen de las especies por medio de la selección natural. De acuerdo con esta teoría, la reproducción de nuevas especies depende de la supervivencia del más fuerte en la lucha por la existencia. La teoría de la selección de Darwin es Darwinismo -en el sentido más estricto y preciso de la palabra. Como teoría, es inadecuada científicamente ya que no da razón del origen de atributos adaptados para el propósito, lo cual debe remitirse a las causas originales, interiores de la evolución. Haeckel, junto con otros materialistas, amplió esta teoría de la selección a una idea filosófica del mundo, intentando así explicar toda la evolución del cosmos mediante la supervivencia azarosa del más fuerte. Esta teoría es Darwinismo en el segundo y más amplio sentido de la palabra. Es esa forma ateísta de la teoría de la evolución que fue señalada arriba (en el numeral 2) como insostenible. El tercer significado del término Darwinismo surgió de la aplicación de la teoría de la selección al ser humano, la cual es igualmente imposible de aceptar. En cuarto lugar, el Darwinismo con frecuencia, en el uso popular, representa la teoría de la evolución en general. Este uso de la palabra se basa en una confusión evidente de ideas, y debe, por lo tanto, dejarse de lado.

Evolución humana vs Evolución animal y vegetal

¿Hasta qué punto la teoría de la evolución es aplicable al hombre? Que Dios debió haber hecho uso de causas originales, evolutivas y naturales en la producción del cuerpo del ser humano, es per se no improbable, y fue propuesto por San Agustín (veáse Agustín de Hipona, San, bajo V. Agustinismo en la historia). Las pruebas actuales de que el cuerpo humano desciende de los animales son sin embargo, inadecuadas y especialmente con respecto a la paleontología. Y el alma humana no puede haber derivado, mediante la evolución natural, de seres brutos, ya que es de naturaleza espiritual; por lo cual, hemos de referir su origen a un acto creador de parte de Dios.

Para una exposición más profunda, Wasmann, Biología Moderna y la Teoría de la evolución (Freiburg im Br., 1904). De la literatura más antigua, Mivort, Sobre el génesis de las especies (Londres y New York, 1871).

E. WASMANN
Transcrito por WG Kofron
Agradecimiento a la iglesia Santa María, Akron, Ohio
Traducido por Delma González Duarte



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Ya sé que es muy difícil ponerse de acuerdo en cuestiones relacionadas con la religión. Sin embargo, me propuse a escribir una crítica al teólogo, no para que quienes piensan distinto a mí cambien de parecer, sino para fomentar el debate sano. ¿Por qué me gusta debatir, si pareciese que no lograra nada en la práctica? Creo que las discusiones sanas contribuyen a reafirmar mejor las opiniones de unos y de otros, ya que, en pos de defender su postura, uno confirma y expresa su saber. Además, uno aprende de ciertas formas de ver del compañero de discusión, abriendo la mente y ganando experiencia en manera de respeto y comprensión hacia las ideas de la gente en general. Luego de esta breve introducción, está escrito lo oportuno: la crítica en sí.

Pongámonos a revisar ciertas cuestiones que plantea el teólogo.

En el segundo párrafo, postula que “La teoría científica de la evolución, entonces, no se involucra con el origen de la vida. Simplemente investiga las relaciones genéticas de especies sistemáticas, géneros y familias y se propone colocarlos de acuerdo a las series de descendencia naturales (árboles genéticos).” Dicha proposición puede ser utilizada perfectamente para apoyar la idea del creacionismo primitivo (el que según las distintas religiones del mundo originó, sea de forma monofilética o polifilética, a los seres que nos rodean). Sin embargo, nos encontramos con que la moderna teoría de la evolución sí es válida para explicar el origen mismo de la vida. Como sabrás, nuestro organismo y el organismo de todos los seres vivos se componen básicamente de las mismas sustancias, moléculas complejas denominadas “orgánicas”. No sólo la materia que forma el tronco de un árbol como la que forma nuestra carne es prácticamente la misma (aunque esté dispuesta de otra forma), sino que la estructura y los procesos biológicos de ambos seres se rigen por un mismo código: el que forma la unión de bases nitrogenadas en una cadena de ADN.

Entonces, los científicos pueden suponer factiblemente que los seres vivos primitivos unicelulares surgieron a partir de moléculas orgánicas desorganizadas, disueltas en un llamado caldo primordial. ¿Es probable que ese caldo haya existido? Bastante, si analizamos la cantidad de sustancias simples de la tierra que puedan formar otras más complejas, y si tenemos en cuenta los procesos que permiten dicha formación, en hace 3500 millones de años eran abundantes (elevada irradiación UV y de partículas cósmicas, descargas eléctricas o erupciones de calor que pueden acelerar la interacción entre moléculas, y aumentando así las probabilidades de formar moléculas orgánicas).

Pero ahora, ¿cómo puede explicar la teoría de la evolución actual que dichas moléculas orgánicas hayan formado estructuras más complejas, denominadas seres vivos? La explicación de esto es que la llamada selección natural empezó desde antes de la mismísima biogénesis. No sólo las moléculas individuales más resistentes al medio son las que “sobrevivieron” y no se desintegraron o alteraron, sino que ciertas moléculas catalizadoras serán las más afortunadas. Es que ciertas moléculas (conocidas y observadas hoy en día) tienen la asombrosa capacidad de unir o alterar a otras para transformarlas en copias idénticas de ellas mismas. Estas moléculas habrían sido muy raras en un principio, sí, y de formación muy azarosa o dificultosa. Dicha capacidad de replicación también es azarosa, ya que ellas no “eligieron” tenerla (o nadie eligió que la tengan), simplemente son el producto de una disposición muy afortunada de elementos simples, que químicamente permite que suceda lo mencionado.

Decíamos que en un principio estas moléculas habrían sido escasas, pero gracias a esta reproducción primitiva habrían podido aumentar su cantidad notoriamente, imponiéndose sobre otras moléculas, y aumentando las posibilidades de sufrir mutaciones fortuitas (cuanto mayor es la población, es más probable que algún espécimen de esa población mute debido a influencias externas agresivas). Las mutaciones son también azarosas, y por ende, como está comprobado, en su mayoría son negativas. Pero también hay mutaciones afortunadas o positivas, que permiten la mejora de la capacidad adaptativa del espécimen, en vías a formar una nueva especie (véase especiación). Entonces, las moléculas individuales podrían haber adquirido perfectamente una capacidad de asociación entre ellas, así como capacidad de degradar moléculas complejas para aprovechar su energía, y así permitirse sistemas de reproducción más complejos, delegados a sólo una pequeña parte de las moléculas totales del organismo. A partir de ese momento, la historia es conocida. La biogénesis ya ha comenzado, y la evolución permitirá que esas primitivas agrupaciones de moléculas se transformen en estructuras mucho más complejas.

Luego, pasemos al tercer párrafo. El teólogo dice que “La teoría ateísta de la evolución es ineficaz para dar cuenta de los primeros inicios del cosmos o de la ley de su evolución ya que no admite ni creador ni legislador.” Ciertamente, la ciencia moderna postula una relación íntima causa-efecto para explicar la evolución de nuestro Universo, con algunos agregados de azar (respaldado por la controvertida Teoría cuántica), no proveniente de la acción de ningún ente divino sino estipulado como normal por las mismas leyes de la física. Como es de esperar, los hombres intentamos descubrir cuál fue la causa primera que generó todo lo que conocemos. Nada más natural.

Ciertas religiones o doctrinas científicas creen que el universo nunca tuvo una causa primera, que el universo es infinito tanto hacia atrás como hacia delante, y qué (según algunos científicos) el universo tendrá y tuvo una serie infinita de big-bans y big-crunches, en un eterno vaivén. La serie de causas-efectos en este caso, es algo “natural”, que no necesita ser explicado ya que forma parte de lo más primordial de la existencia. Por supuesto, esa teoría no puede respaldarse con ningún fundamento demostrable. Sin embargo, ¡tampoco pueden hacerlo lo que sostienen que el génesis del universo fue único y fue ingeniado por un Dios, como tampoco los que evitan a este Dios! No se puede afirmar que una cosa es más valida que otra cuando ambas cosas están en igualdad de condiciones. Claro, afirmar que el universo se generó solo o que nunca se generó (porque siempre estuvo) suena muy absurdo, ya que estamos contradiciendo muchas leyes tangibles, pero también suena absurdo afirmar que un Dios planificó todo a pluma y papel. ¿Por qué suena absurdo? Porque deberíamos explicar el origen de dicho Dios, para no contradecir, nuevamente, la ley causa-efecto. Si afirmamos que Dios siempre existió, daría lo mismo afirmar que también lo hizo el universo (ya que Dios es el universo), y si afirmamos que Dios se creó solo, también estamos alabando la otra teoría materialista postulada. Como vemos, no podemos escapar del absurdo, porque siempre terminamos recayendo en las mismas teorías.

Por otra parte, la ciencia natural ha probado la generación espontánea -es decir el génesis independiente de un ser viviente a partir de materia no viviente-contradice los hechos observados.”. Realmente no encontré en ningún sitio ninguna referencia semejante a “científicos descubren que la generación espontánea es plausible”. Además, es sumamente ilógico, ya que los científicos, al descubrir algo concreto, deben investigar obligatoriamente las causas del hecho (ley que forma parte del método científico). Y la generación espontánea no obedece a ninguna causa.

La teoría cristiana de la evolución también demanda un acto creador para el origen del alma humana, ya que el alma no puede tener su origen en la materia. La teoría ateísta de la evolución, por el contrario, rechaza el supuesto de una alma separada de la materia, y por lo tanto se hunde en un simple y sencillo materialismo.” ¿Sencillo materialismo? Veamos, ¿qué es con exactitud el alma para la ciencia materialista? El alma, es equivalente de la mente, ya que sin mente no hay alma y viceversa, en mi postura. Si alguien contradice esta afirmación, se está oponiendo al postulado cristiano que dice que los animales se diferencian de los humanos por no poseer alma, ya que no pueden pensar. Pero sigamos. La mente está definida como la actividad de nuestro cerebro. El cerebro se compone de neuronas que interactúan entre sí de forma química y física, provocando cosas tangibles como los pensamientos y las acciones. Si seguimos la ley determinista de la causa-efecto y dejamos los azares únicamente para ámbitos mecánico-cuánticos, concluimos que esas interacciones neuronales se rigen por causas. Si se rigen por causas, nuestros pensamientos y acciones están predestinados. Si están predestinados, entonces nuestro libre albedrío no existe y somos partes íntegras de las redes del universo. Visto desde esa forma, somos únicamente materia, que reacciona entre sí. Y el alma, representación virtual de esas interacciones, no existiría. Aunque nos alejemos del determinismo e introduzcamos el azar o la acción divina en nuestra mente, nunca podrá existir un absoluto libre albedrío. Si proponemos que el absoluto libre albedrío existe, y proviene de la ciencia (no del alma), aunque no pueda ser explicado por el conocimiento actual, esta proposición sería una mera teoría, con posibilidades de ser factible, pero imposible de comprobar, por lo menos en estos tiempos. Y se enfrentaría con la teoría del alma, también imposible de comprobar, por lo que tampoco podemos afirmar que una teoría es más válida que otra. Finalmente, la primera teoría no consistiría de un sencillo materialismo, sino de uno muy complejo.

Continuemos por el cuarto párrafo. Dice: “Darwin en 1859, le dio una nueva forma tratando de explicar el origen de las especies por medio de la selección natural. De acuerdo con esta teoría, la reproducción de nuevas especies depende de la supervivencia del más fuerte en la lucha por la existencia. (…) Como teoría, es inadecuada científicamente ya que no da razón del origen de atributos adaptados para el propósito, lo cual debe remitirse a las causas originales, interiores de la evolución.” Es cierto que Darwin, al escribir El origen de las especies, no dio claras explicaciones acerca de cómo, exactamente, las especies desarrollan características para poder adaptarse. Sucede que Darwin escribió dicho libro nada más ni nada menos que en la mitad del siglo XIX, basándose en sus trabajos a principios de ese siglo. En aquella época, se desconocía cómo las características de los individuos se transmitían a través de las generaciones. Más precisamente, se ignoraba la existencia del ADN como soporte material en el que se escribía la información genética, información que puede alterarse por mutaciones provocadas por el medio (radiación, toxinas) o por un error natural de la replicación génica (como sucede en la mayoría de los casos). Entonces, ¿cómo va a Darwin siquiera imaginarse que las adaptaciones se producen por las ya mencionadas “mutaciones afortunadas”, si ni siquiera se conocía el origen de estas mutaciones? Es por eso que Darwin no pudo profundizar nada sobre el tema.

Sin embargo, el darwinismo no murió con Darwin, ya que eso sería congelar una teoría y evitar que se mejore con el paso de los años. A lo largo del siglo XX, la prioridad de la ciencia darwinista fue investigar la genética desde el punto de vista molecular (ADN). Las mutaciones, aunque son sufridas en muy pocas ocasiones en tiempos “humanos”, son lógicamente muy frecuentes en tiempos evolutivos (cientos de miles de años), y estadísticamente pueden generar un buen número de genes buenos o afortunados. Así, los continuadores de Darwin pudieron dar una explicación genética a la selección natural, y por ende a la evolución.

Los animales, ya que no conocen la medicina por su cuenta, tenían pocas probabilidades de sobrevivir a ciertos cambios climáticos o de la biosfera (invasión de depredadores, falta de alimentos al alcance de la mano), por lo que una mínima ventaja en el genoma hacia una gran diferencia (sólo sobrevivían los más fuertes, los que cazaban de forma más inteligente, los que tenían un pelaje más denso para sobrevivir a inviernos crudos, o bien los que tenían poco pelaje para expulsar el calor corporal en climas cálidos). Y la diferencia entre un gen para pelo corto, y otro para pelo largo, es ínfima. En conclusión, la rama fundamentada de la teoría de la evolución es sinónima de darwinismo.

Desde esa parte hasta el final del texto leí proposiciones como estas: “El tercer significado del término Darwinismo surgió de la aplicación de la teoría de la selección al ser humano, la cual es igualmente imposible de aceptar. (…) Las pruebas actuales de que el cuerpo humano desciende de los animales son sin embargo, inadecuadas y especialmente con respecto a la paleontología. Y el alma humana no puede haber derivado, mediante la evolución natural, de seres brutos, ya que es de naturaleza espiritual.” La primera oración, encontrada en el mismo párrafo que hablaba sobre el darwinismo, no estaba apoyada de ninguna justificación explícita. Simplemente “es imposible” por el simple hecho de serlo. Una regla común de la lógica (una ciencia completamente universal) impide hablar sin sostenerse. Y algo que se dice sin que se sostenga, por más que sea cierto al fin y al cabo, no puede ser utilizado como argumento válido para discutir una cuestión tan grande como ésta.

Luego, dice que le evolución humana no puede ser sostenida por los hallazgos paleontológicos. Eso es verdad, pero debería saber que la paleontología pocas veces arroja información completa sobre el individuo hallado (el paso del tiempo hace lo suyo), y con los pocos especimenes que hasta ahora se han localizado es muy complicado trazar una línea clara en la historia de nuestra especie, pese a que se sabe de la existencia de muchas especies con rasgos cuasi-humanos, que evidencian un desprendimiento de de los simios actuales. Especies que se asemejan más a un humano que a un chimpancé, al fin y al cabo.

Si las pruebas paleontológicas no parecen ser suficientes (ya he dicho que toda proposición debe sostenerse), ¿por qué se puede asegurar que el hombre evolucionó del resto de los animales? Reformulo la pregunta: ¿por qué el ser humano, cuyo organismo presenta muchas similitudes con otros animales, y cuyo cerebro funciona de forma parecida a los grandes simios, no podría haber evolucionado de ellos? ¿Por qué buscar una explicación mística, cuando terrenalmente contamos con una explicación perfectamente funcional? ¿Qué es lo que le impediría? Nada, en realidad, ya que tanto el cuerpo como la mente habrían evolucionado de la misma forma, componiendo una verdadera transición entre las bestias y los humanos.

El alma humana no puede haber derivado, mediante la evolución natural, de seres brutos, ya que es de naturaleza espiritual”. Si consideramos que el alma es lo que nos hace personas (pensamientos, acciones y conciencia), durante la mayor parte de su historia, el hombre no tuvo alma. Pese a que la BibliaPor lo que tildar de “sin alma” a seres que no utilizan el pensamiento o el lenguaje, sería lo mismo que tildar de “sin alma” a la especie humana, que, si hacemos un promedio, casi siempre fue salvaje, como lo fueron los primeros humanos (hablar de un único primer humano va en contra de la teoría de la selección natural, que se explica por los agregados genéticos de progenitores ventajosos en el conjunto de toda una población). menciona que la humanidad no cuenta con más de 6.000 años, los individuos hallados más antiguos de la especie humana datan de 200.000 años de antigüedad, y genéticamente son casi idénticos a los africanos de hoy en día, con un cerebro, en teoría, de igual capacidad de procesamiento. Sin embargo, los primeros indicios de inteligencia humana (construcciones, herramientas, pinturas, armas, etc.) datan de tan sólo 50.000 años. ¿Qué ocurrió exactamente en esos 150.000 años? La mayor parte de los científicos opina que la construcción del pensamiento fue muy paulatina, ya que no bastaba un cerebro potente (que sólo se usaría para cazar de forma eficiente) para pensar y comunicarse de forma humana.

¿Y por qué hablar tan concisamente de un “alma” y una “no alma”, cuando el límite entre nuestra inteligencia y la inteligencia animal es difuso? Ciertas poblaciones chimpancés utilizan piedras a modo de herramientas, a diferencia de otras poblaciones genéticamente idénticas que no lo hacen. Eso habla de diferencias culturales, que se diferencian de las diferencias fisiológicas y evidencian una forma primitiva de inteligencia, ya que sin el saber no hay cultura. Otro ejemplo más impactante es el del lenguaje de silbidos de la ballena azul. Es verdaderamente complejo y regular, al igual que el de algunas aves. Sin embargo, se compone de diversos dialectos regulares “hablados” en lugares distintos, sin que ninguna explicación genética avale estas diferencias.

Finalmente, hay que ponerse a analizar el origen de las razas. ¿Cómo explicar que la humanidad se compone de distintas razas (con genomas ínfimamente diferenciados, pero suficientes para codificar características fisiológicas distintas), cuando según las religiones abrahámicas todos descendemos de una única pareja? Cada persona guarda en sí genes recesivos, que no se corresponden con sus propias características, pero pueden trasmitir estos genes a su descendencia. Por ejemplo, yo tengo el pelo negro, pero perfectamente puedo “almacenar” el gen para el pelo rubio, sin que se exprese en mí. Sin embargo, es imposible que Adán y Eva hayan portado todos los genes que codificarían los rasgos de todas las razas, y dentro de cada raza, los que diferenciarían a cada familia y a cada individuo. Tiene que haber continuado una evolución luego del nacimiento del hombre como especie, que permitió la inmensa variedad del crisol génico actual. Y si existió dicha evolución posterior, ¿por qué no podría haber existido una evolución anterior, ya que evidentemente el hombre puede evolucionar? ¿Y qué impediría que el hombre siga evolucionando ahora, en poblaciones aisladas o de bajos recursos en donde no existiría una medicina que pueda asegurar la supervivencia de personas fisiológicamente desfavorables?

Para una exposición más profunda, Wasmann, Biología Moderna y la Teoría de la evolución (Freiburg im Br., 1904). De la literatura más antigua, Mivort, Sobre el génesis de las especies (Londres y New York, 1871).” Así cierra el texto. Yo pienso, ¿no sería mejor sostenerse sobre publicaciones más contemporáneas, que podría entender mucho mejor la teoría de la evolución tal cual como es ahora? ¿Qué sentido tiene leer críticas sobre algo que ya no existe, o mejor dicho, existe pero totalmente actualizado y replanteado?



martes, 9 de febrero de 2010

Un error inevitable (2009)

Antes que nada, debo presentarme. No daré mi nombre, ya que creo que no es de su interés o incumbencia, mas me defino como un hombre que asume cierta culpabilidad por su condición de humano, y a que a su vez se siente orgulloso por pertenecer a esta naturaleza. Les narraré un cuento que, si quieren, pueden considerarlo verdadero: tampoco importa si es o no ficticio, sólo es apropiado decir que encaja perfectamente con nuestra realidad como seres humanos. Los dejo con mi relato.

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Sentado frente a la vieja mesa ratona del living y con un ejemplar –también viejo- del célebre Origen de las Especies, de Charles Darwin, Claude Neil Leclerq se disponía a beber el té. Reiteraba periódicamente esta actividad, exactamente a la cinco de la tarde, como lo haría cualquier buen ciudadano inglés (o un hijo de una madre británica, en este caso). Era un lector apasionado de la literatura científica, y en su extensa y rica biblioteca figuraban autores como Hawking, Einstein, Bohr, Newton y la dupla Watson-Crick, entre otros. Los ensayos sobre la evolución de los seres vivos y todo lo relacionado con la biología darwineana tenían un lugar privilegiado entre esa multitud de papeles, tapas y contratapas: estaban acomodados en estante grande (para que no se queden apretados), que rebosaba en brillo y cuidado. Entre ellos, se encontraba el libro citado con anterioridad, que Leclerq ya había releído decenas de veces.
Leclerq era un hombre solitario, que hace unos años había mantenido un conflictivo matrimonio. Era pulcro en demasía, y aborrecía a las mascotas por su suciedad: prefería ver a los animales impresos en una hoja o dentro de una cámara de cristal hermético. Apreciado por sus grandes dotes científicas, trabajaba en una importantísima empresa tecnológica, BIOrd.
Hacía tiempo que las computadoras BIOrd se habían impuesto en Francia. Fabricadas inicialmente por laboratorios estatales, desarrolladas industrialmente luego por empresas privadas, estas computadoras habían revolucionado la informática de entonces, y ahora se vendían como caramelos en el resto del mundo.
Numerosos nombres habían adquirido las marcas internacionales que las comercializaban (BIO-Comp, Life-In-Tec, Digi-Bi, etc.), pero la firma original (BIOrd), y todo lo que respectaba a asegurar el correcto uso de esta nueva tecnología, seguía perteneciendo al estado francés.
Ustedes, los lectores, se estarán preguntando en qué consistía esta clase de ordenadores. Ante los escépticos ojos del mundo, BIOrd había presentado una renovadora tecnología informática que utilizaba, para el funcionamiento de todo lo programado por el hombre, la misma vida de la que él provenía. Sí, BIOrd, por más increíble que les pareciere, empleaba moléculas biológicas, ADN y hasta células funcionales, sometidas a sus deseos y necesidades. En un intento de dominar la naturaleza a favor del humano contemporáneo, la empresa pretendía renovar el concepto global de computadora.
Claude Leclerq trabajaba como investigador en la Comisión de Estudio de las Mutaciones (llamémoslo por sus siglas en castellano CEM), con sede en el piso catorceavo del enorme edificio de oficinas que BIOrd administraba en el centro empresarial de París. Este órgano estaba encargado de prevenir cualquier alteración del sistema biológico-informático a causa de mutaciones en el código genético de las llamadas células programáticas. El riesgo de mutaciones era sin duda muy alto, ya que dentro de una computadora constantemente se manipulaba ADN para programar, almacenar y borrar información, existiendo importantes posibilidades de error en el procedimiento. Sin embargo, en la mayor parte de los casos estas mutaciones eran corregidas rápidamente por agentes anti-fallas, que eran controlados y proveídos por la CEM. Sintetizando, este órgano deseaba suprimir un proceso común y enteramente propio de lo natural, del cual Leclerq mismo era profundamente admirador: la evolución.
El científico se preguntaba a menudo en sus pensamientos si estaría bien alterar el orden biológico natural de tal forma, aunque fuera sólo en algunas gotitas de información biocomputarizada. Se animaba a pensar que quizás la naturaleza, en cuanto pudiese, tomaría una suerte de venganza al respecto. Sin embargo, algunos segundos después de llegar a este razonamiento, su mente se daba vuelta y llegaba a la conclusión de que pensar eso era, en realidad, una completa estupidez. La compañía había invertido millones en asegurarse de que nada estrambótico ocurriera, y eso significaba una garantía total de control.
Leclerq ya conducía para su trabajo. Era una fría y lluviosa mañana de mayo, seguramente una de las últimas con temperaturas bajas. Pronto vendría un seco y caluroso verano, que engulliría buenas porciones de los últimos glaciares de montaña que quedaban todavía en el país, así como ya se había tragado el Ártico entero algunos años antes. Pero esos temas no lo preocupaban en absoluto; más precisamente, no le importaban. Sólo le incumbían sus lecturas y su trabajo, y estaba llegando tarde a él. Debía apurarse, ya había tenido un gran historial de tardanzas a lo largo del mes anterior, y su jefe de comisión no le permitiría otra impuntualidad.
Unos minutos después, llegó hacia el amplio portón eléctrico transparente de la entrada. Tras saludar a algunos empleados con pesadas maletas, pidió el ascensor y se elevó hasta el laboratorio de la CEM ubicado en el 14º H.
El laboratorio era un reducto de dimensiones modestas abarrotado de máquinas, microscopios y altos bancos de madera y acero. Por todos los rincones se desplegaban complicados y delgados conductos que transportaban líquidos, conectados directamente a inmensos ordenadores y a algunas muestras de interés. La tecnología, sin duda, permitía un mayor dinamismo y una relación íntima con los experimentos llevados a cabo.
Al llegar, se sorprendió con la presencia de tres de sus colegas más cercanos: Jean Charles Dupont, Michel Babeuf y el indio Manmohan Ambedkar, su jefe de comisión. Los tres estaban observando interesadamente una pantalla, que proyectaba una imagen microscópica.
-Ah, aquí estás – musitó Ambedkar con una notable indiferencia, y cambiando a un tono más animado, prosiguió – Nos acaba de llegar un ejemplar defectuoso del piso 12. Parece que una de las supercomputadoras que se encargan de monitorear las finanzas de la empresa ha comenzado a fallar por una causa desconocida, y tememos que haya surgido una mutación fuera de cálculos, ¿me entiendes? Le hemos suministrado una dosis concentrada de agentes anti-fallas, y estamos esperando los resultados.
-Debieras haberle visto la cara a Monsieur Juppé – rió entre dientes Dupont – Si se pierden esos datos, ¡uf!, no me quiero imaginar la que se vendrá.
-En fin, aquí está la computadora en cuestión – dijo Amdedkar, antes de sacar de un vasto maletín un cilindro delgado metálico, semejante por su forma y tamaño a una linterna halógena. Con una rapidez que delataba su experiencia en montaje de equipos, levantó una tapa de uno de los extremos del cilindro y giró una pequeña llave incrustada bajo ella. Esto le permitió abrir una segunda tapa, y sacar finalmente la cápsula de información.
Se parecía mucho, de hecho, a un tubo de ensayo. Sin embargo, no parecía estar hecha de vidrio sino de un material muy flexible y resistente, y en lugar de hallarse un tapón de corcho o goma en la abertura, había un complejo pico repleto de rendijas y nanochips que, seguramente, organizaba el intercambio de sustancias entre la cápsula y los conductos del laboratorio, asegurando además que no ingresara algún agente o cuerpo indeseable (análogo a una membrana celular).
El especialista indio conectó uno de los finos conductos, que incluía, además del cable eléctrico y el tubo transportador, una delicada fibra óptica. Vertió a través de él un líquido transparente que se disolvió rápidamente en el sistema, y encendió la luz ultravioleta conectada a la fibra óptica. Le pidió a Babeuf, quien se encontraba apoyado en el marco de la puerta, que apagara las luces.
La cápsula comenzó a brillar con un claro tono rosáceo. Esa fosforescencia indicaba, sin duda, que había un buen metabolismo en las células.
-No entiendo - dijo extrañado nuestro hombre – los agentes anti-fallas suelen paralizar todo el sistema para evitar que se replique el mutante detectado. ¿Por qué sigue habiendo actividad?
-Estoy tan sorprendido como usted, colega mío –profirió el jefe – Tal vez habrá que esperar un rato. Algunos mutantes pueden desarrollar algún mecanismo que retarde la acción de estos agentes, pero todo finalmente se controla a la perfección. A los científicos que creamos todo esto no se nos escapó ningún detalle – sancionó orgulloso, con un atisbo de comicidad en su voz. – Vamos a tomar un café, en quince minutos estaremos de vuelta.
La cafetería estaba abarrotada de gente que iba y venía. Esa escena era frecuente los lunes, aunque se admitía generalmente que el tráfico aumentaba año a año. La causa era sencilla: la empresa se hacía cada vez de más empleados por la creciente demanda de especialistas informáticos a nivel mundial. La ambición de la corporación no parecía tener límites, como lo postulaba su lema, “nuestra revolución, hacia el planeta entero”.
De regreso en el laboratorio, el grupo se acomodó en distintos asientos para observar el resultado del experimento fosforescente. Apagaron otra vez las luces, y se vio lo inesperado…
El tubo brillaba con un intenso color rojo, casi sanguíneo. Brotaban pequeñas burbujas en la base, y del pico se escapaba un tenue vapor.
-Pero… - tartamudeó Babeuf, con los ojos salidos de sus respectivas órbitas - El metabolismo…
-Se ha multiplicado – finalizó Amdedkar, asombrosamente tranquilo. – Y la diferencia de presión entre el sistema y el conducto ha roto el pico.
-Salvemos lo que se pueda. ¡Esta computadora, por más diminuta que parezca, cuesta cientos de miles! – sugirió gravemente Leclerq.
-Imposible – acotó el experto indio - ¿Qué pasaría si el mutante en cuestión, para decir un ejemplo remoto pero no imposible, fuera letalmente patógeno para humanos? No podemos darnos el lujo de conservar algo así. Tendrá que ser purgado con rayos gamma…
-Y el conducto… ¡hay que limpiarlo! – Babeuf seguía con un nerviosismo insufrible – Si en cambio el mutante fuera patógeno para las computadoras, debemos evitar la plausible infección de todos los conductos.
No se dieron el lujo de esperar un segundo más. En primera lugar, bloquearon todas las salidas que comunicaban el laboratorio con el resto del edificio, hermetizándolo. Luego se colocaron equipos de emergencia y mascarillas protectoras, e inyectaron germicidas radioactivos en los conductos. Finalmente, conectaron el sistema a un tanque de agua, e hicieron circular el transparente líquido decenas de veces, para asegurarse que no quedaran residuos. El proceso entero duró aproximadamente una hora, consumiendo la energía de los cuatro hombres.
No era la primera vez que había ocurrido un accidente así. Hace unos años, cuando BIOrd todavía era una firma joven, una supercomputadora que controlaba las cámaras de seguridad se había espumado extrañamente. Esto era también debido a mutantes, aunque la tecnología anti-fallas de aquel entonces estaba todavía en pañales. Lo que había ocurrido ahora se encontraba en un marco totalmente distinto.
Leclerq, ya en su casa, se tendió en el sillón del living y encendió la televisión. Las noticias del día eran alarmantes: las Naciones Unidas estimaban que, en promedio, se extinguía una especie por minuto en el mundo. Aunque la deforestación y la emisión de CO2, flagelos de la primera quincena del siglo XXI, habían aminorado, sus consecuencias se perpetuaban con un clima todavía cambiante y una naturaleza permanentemente invadida. La situación humana no era más afortunada: de los diez mil millones de habitantes sobre la faz de la tierra, sólo mil millones contaban con suficiente agua y alimentos para vivir correctamente. Era ya evidente que no sólo la superpoblación había generado tal pobreza. El problema también venía de la mano de la crisis que sufría el mundo natural.
Por la cabeza de Leclerq volvía a aparecer la idea de una futura revancha, que haría sucumbir para siempre el destino de la humanidad a favor del resto de los seres vivos. Más tarde o más temprano, eso tenía que ocurrir. De hecho, ya estaba comenzando.
El chillido del despertador digital se oyó temprano la mañana siguiente. Todos los martes, la CEM comenzaba la actividad a partir de las siete y media.
Leclerq ya se había colocado su atuendo de oficina, cuando una persona inesperada llamó al teléfono: se trataba del jefe Ambedkar, en un acto muy inusual para alguien que siempre estaba rodeado de secretarios que pudieran asistirlo con sus tareas rutinarias.
-El edificio está cerrado. – sentenció cortantemente – Todo el sistema está en peligro de colapso.
La explosión de una bomba nuclear sobre París, con su nube brillante y su estruendo no le habría causado más sorpresa que este mensaje. Rogó a su jefe que aclarara la situación, pero era inútil: había cortado apenas dejó de emitir su voz. Era imposible calcular las posibles consecuencias de ese accidente. Porque estaba segurísimo – y creía que la brevedad del especialista delataba la obviedad – de que esa clausura era debida a una infección mutante, proveniente de aquel minúsculo tubo que se había tornado escarlata.
La vista se tornaba borrosa, los pasos pesados. Un interminable barullo de sonidos irregulares y carentes de orden navegaba por la mente del científico. Su estado de confusión le impedía meditar correctamente sobre lo ocurrido, y si se lo permitiese, lo confundiría aún más. Racionalmente, no parecía posible que unos errores de la naturaleza paralizaran a una compañía.
¿Errores? ¿Y si los errores eran realmente las células sometidas, como esclavas, a la voluntad del hombre? ¿Qué leyes naturales estipulaban qué seres eran erróneos y cuáles eran correctos? Los mutantes parecían estar mucho más adaptados para sobrevivir, para crecer, para permanecer… ¿No era aquél el objetivo primordial de la vida, objetivo del que la “vida artificial” era carente?
Leclerq encendió la televisión en un horario inusual para él. El canal local desplegaba el titular “LA SUMA DE DINERO PERDIDA POR BIORD ASCIENDE A MILES DE MILLONES”, mientras que el canal nacional mostraba algo que, según él, era mucho más serio. En letra roja y levemente intermitente, se leía la interminable sucesión de placas:

“FRANCIA AMENAZADA POR POSIBLE PATÓGENO UNIVERSAL”
“AFECTARÍA TANTO A COMPUTADORAS COMO A HUMANOS”
“ASEGURAN QUE HABRÍA SURGIDO EN LA SEDE DE BIORD”
“EL VICEPRESIDENTE Y 16 EMPLEADOS ESTÁN HOSPITALIZADOS EN ESTADO CRÍTICO”

Un ruidito de tecleo, y se fue la imagen molesta. Leclerq permaneció inmóvil, mirando anonadadamente cómo su figura se reflejaba distorsionadamente en ese cristal deformado por el uso y los años. El ágil minutero del reloj del comedor parecía jugarle una carrera a la lenta y pequeña aguja horaria, obligando al tiempo a que se apure de una forma nunca antes vista. Diez minutos. Veinte minutos. Cuarenta minutos. Y Leclerq continuaba en el sillón.
Una lágrima amenazó con escapar de su lagrimal derecho, pero pudo contenerla. Sin embargo, un temblor convulsivo le subía desde los pies hasta la cintura, provocándole continuos escalofríos. Su corazón latía irregular y quejumbroso, tan fuerte que uno podría pensar que deseaba romper su tórax y escapar de su cuerpo. Leclerq estaba enfermo: al menos eso creía desde su condición de inmovilidad.
Se rindió a cerrar sus ojos, y cuando los volvió a abrir, ya era mediodía. El sonido de una sirena de ambulancia atravesaba las calles, nacía en el este y se acercaba a su casa. Con una violencia impresionante, se levantó de un salto, y en bata y pantuflas (la llamada había tenido lugar antes de que pudiera cambiarse) abrió la puerta y salió corriendo hacia afuera, en dirección a la ambulancia.
-¡Estoy infectado! ¡Soy culpable y estoy infectado! – gritaba el hombre en un atisbo de locura, mientras su bata se le deslizaba lentamente al correr - ¡Arréstenme! ¡Aíslenme! ¡Hag…
El conductor de la ambulancia, sin moverse de su asiento, lo miró seriamente.
-Pero, ¿qué le pasa por su cabeza, hombre? Si ya estuviera sintiendo los síntomas, no podría moverse de su cama. Y, ¿acaso culpable de qué?
-Yo… yo estaba ahí… donde surgió todo. Sí, estaba ahí y no pude evitarlo. ¡De eso soy culpable! Y por favor, revíseme, ¡revíseme!
-Está bien, pero sólo por cortesía mía. Y no se preocupe. Este virus es algo tan extraño que nadie podría nunca predecirlo y detenerlo con infalibilidad. Nadie tiene la culpa.

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Había llovido intensamente toda la tarde del jueves. Leclerq se colocó sus botas impermeables amarillas y salió al jardín trasero de su casa. Se acercó a un lodoso charco y llenó un vaso con su agua marrón, que llevó a su cuarto de estudio. Depositó una gota en un portaobjetos y la colocó en el microscopio óptico.
Por un largo tiempo se quedó mirando asombrado la escena microscópica que se llevaba a cabo. Se observaban amebas que se desplazaban majestuosamente a través del líquido, adoptando variadas formas. Estas amebas formaban con sus propios cuerpos arpones que intentaban atrapar a los intrépidos paramecios, que iban de un lado a otro en busca de organismos más pequeños de los que alimentarse. Individuos nacían, individuos morían. Todo el ciclo parecía obedecer a una música armoniosa que dirigía y ordenaba la vida, planificando todo de manera apropiada. Pensamientos obstinados regresaban a la cabeza de Leclerq. ¿Quién era el hombre para modificar, tachar, borronear la partitura de esa música? ¿No se daba cuenta que por más desarrollada que estuviese su sociedad, por más avanzada estuviese su tecnología, por más milagrosa que fuera su medicina, seguía obedeciendo inconcientemente a esa música?
El ser humano estaba haciendo estragos en algo tan próximo a la naturaleza viva, que ésta misma no podría existir sin ella: la evolución. Además de alterar los ciclos evolutivos de absolutamente todas las especies que habitaban sobre la faz de la tierra, reduciendo en extremo las posibilidades de supervivencia e imposibilitando la adaptación, el Homo Sapiens había saboteado y congelado su propio ciclo. Donde antes no resultaba extraño que una enfermedad silenciara a un pueblo entero, ahora esa enfermedad se podía curar en un par de días gastando una mínima cantidad de dinero, o se podía prevenir con una simple inyección. Donde antes los discapacitados, los malformados de nacimiento y los que presentaban alteraciones hereditarias eran aislados y abandonados sin esperanzas para su futuro, ahora en muchos casos podían vivir una vida completa y moderadamente digna. Cualquier debilidad, cualquier punto flaco en la integridad física y mental del hombre era inmediatamente remendado por la milagrosa medicina, hija predilecta de la ciencia.
La humanidad había minimizado las diferencias adaptativas que pudieran permitir una mayor o menor supervivencia de ciertos descendientes a largo plazo. La selección natural estaba dormida profundamente, y por esto nuestra especie, aunque no lo pareciese, era más susceptible que nunca.

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Dos meses habían transcurrido desde la primera aparición de la bacteria –confirmada así mediante un riguroso estudio biológico- Hacía dos meses que Leclerq no trabajaba, y nunca más trabajaría en el mismo lugar que antes, porque BIOrd ya no existía.
Para ese entonces, el brote era una pandemia que había diezmado la vida de veinticinco mil personas en todo el mundo y que había colapsado enteramente el sistema informático biocomputarizado. El proceso de creación de una vacuna específica era lento, ya que la investigación se había cancelado hace un mes. Ésta era demasiado costosa, además de parecer innecesaria: para aquellos días, el número de humanos infectados caía en picada, y era previsible la desaparición rápida de la epidemia. Sin embargo durante la última semana, por razones que desconocían, su incidencia había aumentado con mucha más violencia que con la que había disminuido, y la reanudación de la investigación no se podía hacer de un día para el otro.
Era una epidemia impredecible. Un engendro parido por la ambición humana.
Era un error inevitable.

Un nuevo presente (2009)

La niña del vestido blanco andaba graciosamente por el dorado jardín. Buscaba cansinamente una florcita azul entre los verdes matorrales, bien crecidos gracias a la importante humedad de la zona. Daba continuamente pequeños respingos, salía de un arbusto, se erguía y se zambullía en otro. Sin embargo, dicha flor no aparecía.
Pensó la niña en correr hacia su madre, para que ésta la asistiera en su empresa. Pero inmediatamente abdicó, recordando que hacía tiempo que su madre no aparecía por ningún lado. Los responsables adultos que la cuidaban le habían dicho que se había ido a un país lejano y extraño, y que volvería en unos meses repleta de las más variadas y exquisitas golosinas para ella.
Podría haber reclamado la atención de uno de estos hombres, sí. Pero la niña sólo confiaba en su madre. Por ende, desde que se había ido pasaba sus días en el jardín, observando cómo la naturaleza nacía, crecía, se movía y se moría delante de sus ojos; sin hablarle a estos niñeros ni pretender ningún tipo de relación de cariño con ellos.
Enojada y sintiéndose impotente, la niña estuvo varios días sin desear hacer nada. Sin embargo, la idea de la flor azul persistía en su mente, rebotando dentro de ella y tentándola a retomar la búsqueda. Finalmente, la tentación ganó.
Como daba por descartado que dicha flor se encontraba dentro de los límites del jardín, sin miramientos saltó la valla de madera y empezó a recorrer las angostas calles de tierra del vecindario. Era una mañana fría y húmeda de octubre; había llovido intensamente el día anterior y los caminos estaban repletos de charcos y lodo todavía fluido.
Las horas pasaban, y más jardines aledaños eran revisados por aquellos ojos curiosos de miel. Por un instante – seguramente menor a una décima de segundo – se preguntó si la estarían buscando. Como era de esperar, su inmaculado espíritu infantil la hizo despreocuparse, y olvidarse del tema.
Los cuerpos de agua comenzaban a dorarse por el sol que se ocultaba, y la niña se alejaba cada vez más de su casa. Sólo reclamaba una flor azul, al menos una, para saciar un profundo sentimiento nostálgico de tiempos pasados. Sin embargo, cruelmente la realidad le impedía hallarla.
Al mismo tiempo que la luz natural iba siendo reemplazada por el inexpresivo brillo del alumbrado público, el tránsito se hacía más pesado en la calle por donde caminaba. Asombrada, veía pasar a esos monstruos de ojos refulgentes y respiración de dragón como ligeras saetas, que cortaban y agitaban el aire, confundiéndola. Indestructibles gigantes se erguían a lo lejos, rodeados de bruma y adornados con luces en todo su cuerpo.
Comenzó a recorrer intrépidamente las calles de aquel mundo que apenas conocía, yendo de un lado para el otro de forma aleatoria. Finalmente llegó a una parte donde no había monstruos de ojos de fuego. Sintiéndose más segura, decidió quedarse por allí.
Una marea de gente fluía en ambas direcciones de la senda peatonal, sistemáticamente. El ambiente estaba profundamente contaminado por el ruido, y por un aire malo que hacía toser a la niña. Ese lugar era realmente incómodo, no se veía planta alguna por ningún lado (salvo por árboles penosamente estacados y colocados sobre el concreto), por lo que razonó que estando allí no llegaría a ninguna parte.
Buscó la salida, algún camino corto que la condujera fuera de ese pequeño infierno. Sin embargo, sus pasos le habían conducido tan lejos que ya era incapaz de volver por sí misma. Asustada, quiso llorar, clamando su atención a la gente, pero estaba demasiado cansada como para elevar su voz, por lo que se limitó a que se le escapara una lágrima.
Podría haber pedido la ayuda de alguien, para regresar a su casa o al menos ir a algún lugar en donde pudiese seguir buscando su objetivo, pero su timidez la vencía. En cambio, se limitó a sentarse en un asiento público a esperar que todo se resolviese por sí solo: ella era muy pequeña, los adultos se encargaban de solucionar las cosas complicadas.
No obstante, no pasaba nada. De tanto esperar y de tanto estar inmóvil, la niña se quedó dormida, en un sueño profundo en donde tenía a su lado miles de flores azules; un sueño donde se encontraba en los brazos de su mamá, que dulcemente le cantaba canciones de cuna y la arropaba con una ligera manta. A partir de entonces, debido a una profunda intuición, o tal vez un razonamiento subconsciente, supo al despertarse que su madre nunca volvería. Aunque dicha realidad era difícil de procesar, la tenía extraña y naturalmente asimilada, como quien se acostumbra de pequeño a vivir en la calle.
Como ya se mencionó, niña se sentía y estaba cansada, y con esfuerzo se levantó del firme asiento. Le llamó la atención la ausencia de gente, ya que la calle peatonal estaba casi completamente vacía y desolada, en contraste con horas (seguramente fueron horas) atrás. “Será el momento de jugar a las escondidas”, pensó.
Se había olvidado de que la razón de su despertar era la mano del hombre que se encontraba a su lado, que delicadamente se había posado sobre su hombro. Dicho hombre llevaba, además de una llamativa prenda naranja, una expresión extraña, fronteriza entre la preocupación y la sorpresa.
Se fue la niña caminando lentamente de la mano de aquel hombre colorido, que – estaba segura de ello – la llevaría a su casa. Vio en su mirada una expresión rígida y inmutable que le recordaba a su padre, en quien no pensaba desde hace mucho, principalmente por la necesidad de olvidarlo.
Ambos se metieron en lo que ella creía que era el estómago de una bestia, e hicieron el recorrido inverso al que ella había hecho a pie para llegar hasta allí. A mitad de camino, pararon en una comisaría, en donde el policía reportaría el hallazgo. Al rasgarse el cuerpo del monstruo (o abrirse la puerta izquierda, es lo mismo), los ojos de la niña pudieron encontrar a lo lejos al codiciado tesoro: iluminada por el farol de la entrada de la construcción, pequeña pero llamativa, se hallaba una flor de lino azul.
Corrió inmediatamente hacia ella, tropezándose continuamente. Se sentó en el césped, y con un placer semejante al que experimenta un sediento beduino al vaciar una tinaja con agua, la arrancó y se la llevó bajo la nariz.
Sentada sobre su antiguo bastón, la anciana recordaba el momento en el que había conocido a su querido esposo. Volvía a vivir la hermosa experiencia de verlo frente a ella, vestido de forma elegante y con una florcita azul en la mano. Un recuerdo que ya se perdía entre los tantos olvidos de aquel nuevo presente.

Pequeña égloga del hombre y la muerte (poema experimental de estilo clásico) (2009)

Estaba el hombre sentado en su lecho
mirando hacia la nada blanca de la pared.
Sus piernas cruzadas estaban,
y su mente, rindiéndose a merced
de un destino rudo, siempre al acecho.
Vidas que por él cruelmente pasaban;
por él vivían, y de él comían
el plato amargo de la desilusión.
(Sin contar la ocasión
donde la felicidad se sobreponía).
Eran simple y llanamente vidas
con sus venturas y desventuras;
que tenían que ser vividas
sean éstas cómodas o duras

HABLA EL HOMBRE
Desdichado sea el día
en el que vine a este mundo fiero.
Más maldito el día de mi concepción.
¡Pero no deseo morir! Tan sólo quiero
que no se me pase tan rápido la vida.
Aunque algún día, con resignación,
Deberé irme de aquí.
Suplicando no gano nada,
tal vez una cachetada
comprobando que no hay nadie por allí.
Es una réplica sin fin
Estoy solo, pero acompañado
de mortales, que igual que a mí,
nos ponen en un impredecible juego obstinado.

Yo remito a un sujeto tácito, pero,
¿quién es ese sujeto?
¿Qué mano hay detrás de todo?
Dolorosamente reflexivo, me meto
en el profundo terreno del desespero.
No podrá ser de otro modo,
Sea como sea, bajo el impenetrable lodo
la realidad irreal funciona.
Sin embargo, muerte mandona,
¿no te contentás con ser poderosa,
que además debés demostrar tu poder
con nosotros, pobres mortales
que debemos pagar por tu deber?
Contestame, muerte laboriosa.

HABLA LA MUERTE
Callate, hombre, no sigas hablando.
Tu habla es tu perdición,
te lo dice una confidente
No hables a la sinrazón,
no acostumbres a ir rogando
a los ángeles prudentes.
¿Qué te sucede, mortal
que crees tener el derecho
de vagar por el mundo, deshecho,
culpándome de todo tu mal?
Ensuciando mi imagen gratuitamente,
cerrándote a la realidad
de que si yo no estuviera
menos existiera la gente

Yo soy la muerte, pero también la vida
Soy el silencio, pero también el ruido
Soy lo que permite que estés despierto,
y que estés dormido.
Mi buena reputación sea bienvenida
ya que no puede haber vivos sin muertos
Te preguntarás si es todo esto cierto
lo que me atrevo a decir, tan en mí confiada.
¿Quién puede ser más experimentada
en las cuestiones de nuestro universo?
Autoridad son mis versos
y llenos de ancestral sabiduría.
Pero, viendo que seguís disperso,
procedo a justificarlo con maestría

Pensá que la vida no tendría valor
si no fuera porque corta es
¿Quién valoraría algo que nunca acabara?
Nobles son las mentes en la vejez,
Que admiran a los años dorados con primor
¿Los admiraría si estos no terminaran?
Además, ¿quién te creés para matar?
Porque cuando vivís, estás matando,
ya que ocupás el lugar de alguien, conquistando
una empinada y azarosa pendiente.
Imaginá, sin hacia adentro mirar
si viveras eternamente.

¿No cometerías un cruel asesinato,
comiendo, bebiendo, durmiendo
en lugar de alguien más?
En el mundo no hay atuendos
para inmortales beatos (1)
Así que callate, no hables más.

(1) En este caso, se retoma el significado latino de Beatus, “feliz”

La curandera del desierto (2008)

¿Bruja? ¿Esos hombres me llamaban bruja? ¿Cómo podía serlo yo, que había sanado las heridas de tanta gente, aproximadamente desde que comenzó la guerra? Pero sus miradas no dejaban dudas. La muerte del único jefe que quedaba aún en el desierto era un duelo demasiado duro para afrentar, y se debían hallar culpables por donde fuera.
Maldito sea el día en el que comencé a servir al ejército. Y más aún maldito el momento en el que, encorvado sobre su zaino y con una bola incrustada en medio del pecho, el comandante subió a la sierra para pedir ayuda.
Yo tenía experiencia con ese tipo de cosas, pero el proyectil había tocado el corazón, y eso, si me entienden, es una sentencia de muerte. Sin embargo, yo había jurado utilizar todos mis conocimientos para alejarlo del riesgo, y después, de la forma más cruda, tuve que sufrir las consecuencias. Porque sí, estaban realmente enojados esos hombres de ojos penetrantes y pelo como crines de caballo. Bueno, si se puede decir enojados, la verdad pura es que el miedo reinaba en sus almas.
Me ataron inmediatamente y sin darme explicaciones razonables a unos troncos erguidos en el medio del campamento, que servían para amarrar los caballos de algún que otro grupo errante. Una semana de insultos tuve que soportar en ese maldito lugar, en donde me alimentaban con la cantidad justa para preservarme con vida.
Hasta que, un extraordinario día, todo pareció acelerarse y cambiar en la usualmente tranquila aldea. Una multitud de guerreros a caballo descendían atropelladamente desde la cima este, proliferando alaridos que, según creía, significaban algún tipo de alarma. Al acercarse, uno de los guerreros ubicados en la vanguardia, que lucía un prominente collar de plata, gritó: “¡Necesitamos hablar con el comandante!”
El hombre a mi izquierda me señaló con un dedo firme, antes de susurrar algo al oído del visitante, que inclinó su cuerpo para escuchar. El del collar se bajó de su caballo bruscamente antes de desenvainar un puñal, también de plata, que colocó bajo mi cuello. Pronunció aceleradas palabras que yo no entendía, retiró la hoja y, sin pensarlo dos veces, la clavó profundamente sobre mi muslo derecho, retirándolo tan rápido como lo introdujo. Así, se aseguraría que no pudiese, de ninguna forma, escaparme de allí.
Entrada la noche, los recién llegados me ataron a un caballo acarreado por otro, y abandonaron, llevándome como prisionera, el campamento. El viaje fue sereno y silencioso, pero a juzgar por las expresiones de los guerreros, había algo que los dejaba profundamente intranquilos. Yo no estaba ajena a ese sentimiento. No sabía por qué ni a dónde me llevaban, ni qué harían de mi. Como todo se hablaba por lo bajo, no podía descifrar ni una pista del tema.
Tampoco pude dormir ni cinco minutos. Mi pierna estaba hinchada y muy dolorida por culpa de la puñalada y constantes escalofríos, a causa de quién sabe qué razón, no me dejaban mantener un solo momento de paz.
Ya pasadas unas horas, la tropa se detuvo de forma súbita. Cortaron mis ataduras, y muy bruscamente me arrojaron al suelo rocoso, dejándome absolutamente sola y lisiada. Al atenuarse el sonido de los cascos de los caballos, comencé a gritar desesperadamente, con alaridos de súplica. Sabía que si me quedaba en ese desierto y en ese estado iba a morir, hambrienta, sedienta e insolada. ¿A quién pedía ayuda? ¿Quién iba a prestarme oídos allí? Luego de tanto gemir, la fatiga por fin me venció.
Al día siguiente me desperté súbitamente cuando un centenar de figuras bloquearon la luz que me llegaba al rostro. Allí estaban, montados, uniformados y prolijamente alineados, pero con visibles rastros de suciedad, sangre y cansancio. Apenas comencé a hablar observé que sus rostros se deformaban en muecas aprensivas. Recapacité mi error, cerré los ojos y paulatina pero correctamente retorné a mi pasado. Entonces hablé, y entendieron mi petición de ayuda.
Un peón zaparrastroso que ayudaba al ejército me subió sin escrúpulos a su caballo, y, acomodándome en la montura como pudo, reanudó la marcha. A lo lejos, podía observarse el humo del campamento que, indiscutiblemente, ardía en llamas.
Cuando ya el sol arrastraba consigo sus últimos rayos, arribamos a un pequeño pueblito ribereño. No contaría con más de cuarenta chozas, pero aún así, era lo más grande que había visto desde hace mucho tiempo. El ejército tendió un campamento nocturno, mientras que los lugareños preparaban un banquete para los hambrientos soldados. Me rehusé a comer, probablemente confundida por el dolor de la aún no sanada pierna, y el miedo irracional de ser envenenada; pero eso sí, me tomé yo sola de un trago el agua de toda una alforja. Luego, para mi fortuna, el sueño me derrotó instantáneamente.
Las trompetas sonaron muy temprano. Aunque sabía que era una señal para que sólo los soldados se despertaran y comenzaran a prepararse, una vez lúcida no pude volver a conciliar el sueño. En lugar de ello, me dirigí rápida pero tímidamente a hablar con uno de los guardias de la carpa del coronel.
- Señor, ehh.. vea usted, quería… emm… querría saber si nos dirigimos al pueblo, señor.
- ¡Ah! – la cara del uniformado se había puesto tiesa – Sí, por la tarde estaremos allí, supongo.
- Entonces, ejem.. . ¿podrían llevarme a la batuca… betic…?
- ¿Botica?
- Eso, eso, señor.
El soldado entró a la carpa, y en menos de veinte segundos regresó.
- De acuerdo, – su cara seguía anormalmente extraña, desfigurada en una especie de mueca leve pero notable – en unas horas estará allí.
Unos pobladores asomaban sus rostros por detrás de una casa rudimentaria. Me clavaban profundamente sus miradas con expresiones de asombro. ¿Por qué nadie me tomaba como una persona normal? ¿Mis ojos coloreados y mi cabello pardo no eran harta prueba de lo que alguna vez fui y, después de tanto tiempo, sigo siendo? ¿O acaso se trataba de mi ropa? Entre tanta confusión decidí hacer lo que había hecho hasta ahora: esperar callada y tranquila, como si evitara que el resto diera noticia mi existencia. La tropa preparó un desayuno rápido antes de partir, y me ofrecieron un bollo de pan que no pude rechazar. Seguidamente, me subieron a otro animal y, reagrupándose, comenzaron a avanzar por la ribera del arroyo aledaño.
Serían las cinco de la tarde cuando por fin el gran pueblo se vio en lo bajo. Una bandera celeste se erguía en el centro, el lugar de la roja y dorada de cuando yo era niña. Se hizo sonar clarines y trompetas, y pronto una multitud se congregó en la plaza central. El coronel, encabezando la marcha, proclamó por lo alto ante cientos, quizá miles de ojos expectantes:
- La división Nº 5 del Ejército está orgullosa de declarar oficial la derrota de los ranqueles de la sierra. ¡Viva la patria!
Como era de esperar, una confusión de vítores dominó la ciudad durante varios minutos, hasta que soldados y civiles regresaron a sus respectivos hogares. ¿Dónde estaba mi familia en esa multitud?
Un grupo de mosqueteros me guió hacia la botica en donde me había criado de pequeña y había aprendido mis conocimientos de medicina; la botica de donde me habían arrancado y llevado a las sierras. Sin embargo, en lugar del persistente recuerdo que yo tenía en la cabeza, encontramos un edificio en ruinas. Desesperadamente, pedí que buscaran por todo el poblado a mi familia, hasta que, como algunos de ustedes se habrán imaginado, me enteré de que mi familia ya no existía: había pasado demasiado tiempo. Ahora me sentía más sola que nunca; nadie me acogía, nadie me comprendía, nadie me recordaba…
Los soldados me llevaron a unos sucios cuarteles en donde vivo hasta estos momentos, sirviendo al Ejército. Mi estadía hasta ahora ha sido tortuosa: me insultan, me maltratan, se abusan de mí como si fuera una prostituta callejera y barata. Antes, por lo menos, me respetaban, me escuchaban, pero ahora soy para ellos igual o inferior a una apestosa mosca que se alimenta de un cadáver. Hay momentos en los que querría alejarme de esa gente viciosa y ebria de pecado, y regresar a las sierras en donde viví la mayor parte de mi vida. Después de todo, ¿cuál es para mí la civilización, y cuál la barbarie?


Rosa Teresa Luz de la Serna; San Luis (21 de octubre de 1836)

El Barrio Impossibilis (2008)

En el Barrio Impossibilis la vida era tranquila. Los vecinos vivían en una inalterada monotonía que les impedía acercarse a situaciones de riesgo o algún cambio significativo en sus vidas.
Todos los lunes el señor H se levantaba muy temprano, religiosamente a las cinco en punto. Se preparaba el infaltable café en jarrito, endulzado con una cucharadita de azúcar, se vestía de traje y se marchaba en su viejo coche hacia el Ministerio.
La actividad también comenzaba para la señora B, encargada de limpiar el imponente hogar de la familia X, que, después de llevar a su hijo al colegio caminando, montaba su bicicleta y se dirigía a su trabajo.
No así era la suerte de los hermanos N, que, saliendo de una holgazana vida juvenil, no podían encontrar un empleo fijo del que puedan llevarse ganancias para mantener la casa de alquiler de la Avenida J. En cambio, sobrevivían gracias a la escasa fabricación de artesanías baratas, actividad que habían aprendido del colegio ABC.
Un lunes como cualquiera a la tarde la familia F envió un anuncio a la radio local. Fue transmitido una sola vez, pero causó efecto inmediatamente, ya que ningún habitante de Impossibilis se hubiera imaginado algo tan súbito e inesperado. El aviso decía: “El viernes próximo a la fecha la familia F organiza un asado con motivo de celebrar la fundación del barrio, en su casa en la calle Z al 240. Llevar platos y gaseosa. Confirmar asistencia hasta el jueves al 8946-4321. Todo el barrio invitado.”
-¡¿Todo el barrio invitado?! – repetían asombrados los lugareños - ¿Todo? Pero, ¿cómo…
“¿Serán amables?”. “¿Qué idioma hablarán?” “¿Tendrán nariz?” Todos estos interrogantes comenzaron a surgir en los hogares todas las familias. Antes de que pasaran diez minutos, una multitud estaba reunida en la puerta de los F. Todos pedían alguna explicación, pero cuando la señora F se presentó, sólo uno se atrevió a hablar.
Era uno de los hermanos N, que, al escuchar la noticia por la radio, no dudó en abandonar la pobre venta de artesanías para llegar hasta allí.
- Señora, usted habla de invitar a todo Impossibilis, pero, ¿cómo daremos con todos? Quiero decir, emm… que es muy difícil, como usted sabrá, llegar a todo el barrio.
- Esperaba que dijera eso, señor N. Últimamente lo veo a usted y a su hermano un poco, así sería la palabra, desocupados. Perdone porque diga esto, pero usted lo sabrá mucho mejor que yo: sus artesanías no las compra nadie. Pero no se desanime, N. Tengo un trabajo para ustedes. Serán los encargados de encontrar una forma de comunicar todo el barrio, ¿no les interesará?
- Por mí sí, pero tendría que consultar a mi herma…
- Muy bien, tienen hasta el jueves inclusive. Si lo logran, le diré al alcalde que los recompense, quédense tranquilos.
- Pero señora, ¿por qué quiere hacer todo esto? O sea, ¿no es hacerse mucho problema? – dijo el práctico señor H.
-No me diga que nunca en su vida sintió curiosidad acerca de las vidas de los vecinos del otro lado. Yo, en lo personal, no moriré con la duda. Adiós, gente, y hasta mañana, que tengo que ir preparando el gran día.
El señor H decidió caminar hacia su casa. Deseaba ignorar en su mente ese tema que, según él, era un olvidable misterio. Al llegar, se recostó en la reposera del parque con la intención de dormir una siesta. Podría haber concretado sus intenciones, si no hubiese un pequeño, varios metros arriba, observándolo con unos catalejos.
H no podía dejar de mirar ese inexpresivo y ovalado rostro que parecía clavar sus invisibles ojos en los suyos. Tampoco podía dejar de tener ganas de conversar con ese rostro liso, de tenerlo al lado, de conocerlo.
Dio un salto brusco, entró a su casa súbitamente, y, corriendo escaleras arriba, se dirigió a la terraza. Desde allí, el pequeño no estaría a más de diez metros. Se subió a la escalera tijera. Uno, dos, seis, ocho escalones. ¡Pero todavía ese desgraciado estaba lejos! Desesperado, H saltó hacia arriba desde el último escalón, y no consiguió más que espantar al niño. Como si faltara más, al caer contra la escalera en mala posición, H se derrumbó en caída libre, aterrizando en el mismo parque de donde había salido, y partiéndose las dos tibias y el húmero derecho. Estaba claro que llegar a ese mundo no era cuestión sumar dos más dos.
Sin embargo, es posible llegar a donde se quiera. O al menos eso pensaban ahora los hermanos N, que ya habían hecho una lista completa de todas las formar posibles de cruzar al otro lado. Ahora faltaba ponerlas a prueba.
El martes a la mañana, tras convocar a un grupo de vecinos voluntarios, comenzaron las operaciones. Intentaron todo: trepar escaleras gigantes, subir hacia las paredes de las casas por sogas con ganchos, propulsarse con cohetes. Hasta probaron con un helicóptero. Pero siempre, siempre tenía que haber una barrera, una fuerza que impedía la conexión. También se transmitieron señales de radio, pero rebotaban o bien no poseían elementos para escucharlas.
Asombrosamente, viendo a los vecinos y pareciendo adivinar sus intenciones, los del otro lado organizaron su propio equipo de trabajo. Ahora todo el barrio se había unido para una misma causa.
Los de abajo decidieron lanzar una soga larguísima y firme, de más de quinientos metros, que, al doblarse por la invisible barrera, pudiera atravesarla por lo menos con uno de sus extremos. Luego de numerosos e infructuosos intentos, una parte muy pequeña de la soga pudo llegar a las manos de uno de los invertidos vecinos. Ahora había que deshacerse de la barrera.
Se convocó eufóricamente a todo el barrio; todos salieron de sus casas para cooperar. Formaron filas que ocupaban las calles y veredas, todos tirando la soga para que el respectivo vecindario opuesto baje desde el cielo. El espacio se hacía cada vez más pequeño, y el barrio todo temblaba como si hubiese un sismo.
Finalmente el jueves 4 de octubre a las 6:52 PM, tras un ensordecedor estruendo, las dos partes se unieron entre sí. A partir de ese entonces, el cielo sólo podía ser visto horizontalmente, y todas las calles, balcones y tejados del barrio estaban conectados.
Los de abajo pudieron ver realmente quiénes eran los hasta ese momento misteriosos vecinos, y comprobaron que tenían rostros, que eran civilizados y simpáticos, y además poseían algo desconocido para ellos: nombres y apellidos complejos, ¡de por lo menos diez letras en total!
El viernes todo el barrio cenó y conversó en la casa de los F. Se compartieron conocimientos científicos y culturales, y gracias a ello se descubrió la cura de muchas enfermedades y la solución de muchos problemas leves y graves. También las actividades se fusionaron; gente de un lado iba a trabajar al otro, estudiantes de todas las zonas acudían a las mismas escuelas y se corrían carreras en circuitos que atravesaban las dos “dimensiones”.
Ahora los invito a reflexionar. ¿Qué sucedería si, por ejemplo, el Barrio Impossiblis no fuera un universo imposible? ¿O aún más, nuestro universo? ¿Qué sucedería si pudiésemos contactar con individuos de planetas lejanos, qué nos contarían, cómo cambiarían nuestra visión de la vida? Yo creo que con confianza y esfuerzo podríamos lograr esa meta, que probablemente nos traiga una gran sorpresa, e incluso un gran beneficio. Algunas veces, no habría que ser escéptico.

Guillermo el Conquistador (2006)

Cuántos me han adorado, cuántos me han odiado. He sido noble y tiránico, justo e injusto. Soy William de Normandía.

Esa era mi tierra natal, a la que llegué al mundo en el año 1027, en plena Edad Media. Esa Edad Media en donde la batalla, la sangre y las ambiciones de oro y diamantes eran cotidianas. Esa Edad Media en donde la sabiduría se ocultó para dejar paso a la barbarie. Sí, la misma barbarie europea que arrasaba todo a su paso…

Pero mi condición no era tan mala como la de la plebe. Yo nací en el rico seno de una familia real, ya que era el príncipe de Normandía, el noble hijo del duque de estas tierras. Robert I – así se nombraba mi padre – obedecía las órdenes de Henri, el rey de la vasta Francia.

Cuando era joven, murieron mis padres y yo quedé a cargo del ducado. Luego murió mi primo Edward, rey de Inglaterra. Su testamento decía que yo era el heredero del trono inglés. Sin embargo, una injusta corte inglesa eligió a Harold, su cuñado anglosajón, por el simple hecho de que era quince años mayor que yo.

En el año 1057 el papa Alessandro II convocó una reunión en Roma para celebrar el renacimiento del Imperio Germánico, con la coronación de Federic II, príncipe de Baviera. Invitó a todos los reyes de Europa y a los más influyentes duques y condes, exceptuando a un importante número que eran considerados bárbaros, como Tagensveg de Dania, Stevan de Roga y Harold de Inglaterra, entre otros.

Entre los nombres de duques y condes invitados aparecía el mío.

-Queridos reyes, duques, condes, príncipes e hidalgos – dijo el papa Alessandro cuando coronaron al joven – a partir de hoy Europa posee un rey y un imperio más. ¡Felicitemos a Federic II de Baviera!

-¡Viva! – dijo el público en su respectiva lengua, como era la tradición.

-¡Esperen! ¡Antes de festejar tendremos que hablar de un tema que está preocupando a toda Europa! – gritó Hansen de Holanda - Es la amenaza de los anglosajones, que ahora ocupan Inglaterra. Ya atacaron Harlem, Normandía y la Bretaña Francesa y amenazan con dañar el centro del continente. ¡Hay que acallarlos!

-Podemos cruzar el Canal de la Mancha desde Caux, Normandía, así atacaremos los principales fuertes militares de Harold, en la costa de Sussex – opiné yo – y allí tomaremos Hastings, centro militar anglosajón. Luego, nos dirigiremos a Londres para conquistarla. ¿Puedo contar con ustedes?

Se aprobó un preparativo que duraría tres años. Sin embargo, alguien le comentó a Harold el plan y el plazo se triplicó, invirtiendo soldados para resistir las invasiones del ofendido tirano. Me eligieron a mí como general de batalla.

El 28 de septiembre de 1066 tropas normandas, acompañadas por una menuda tropilla de franceses y unos pocos holandeses, desembarcaron en las costas de la Inglaterra anglosajona. Sin embargo, la batalla sucedió después.

El anaranjado sol del amanecer se descubría en los prados ribereños de Hastings. Se oía el sonido penetrante de las cornetas y trompetas inquietas. Gente desesperada escapaba del gran fuerte y de los campos cercanos. Oh, el mismo Dios quiera que ese 14 de octubre nunca hubiera sucedido. El cielo espectacularmente despejado parecía un chiste… una verdadera broma de mal gusto que se reía a carcajadas con el terco, engañoso Destino.

Eran las siete de la mañana y los anglosajones todavía no habían llegado. El ejército de Harold parecía tener inconvenientes... Pero, súbitamente, sonó el gran cuerno germánico, el que su soplo llamaba al Nöon Ragnar, la batalla desenfrenada. Cientos de housekarls, la elite militar sajona, llenaron los campos.

Lo recuerdo como si fuera hoy. Los ejércitos están alineados y formados, por un lado se encuentran soldados entrenados con la armadura de acero blanca y brillante y con largas lanzas y cortantes espadas; y en el otro bando se hallaban brutos guerreros con escudos verdes parduscos, vestidos con cueros de bovinos locales y armados con toscas armas y herramientas de golpe y corte pesado.

Yo cabalgué hacia Harold, y nos estrechamos la mano delante de los dos ejércitos, como era la tradición entre reyes rivales europeos. Nos dimos vuelta y erguimos la espada frente a nuestros hombres, signo previo al inicio de la batalla.

-¡Arqueros! – ordenaba yo - ¡Estiren! ¡Apunten! ¡¡Suelten!!

Mil saetas cortaban el burlón cielo, pasando como relámpagos sobre nuestras cabezas, aullando como pájaros agonizantes. Pero los anglosajones no sólo levantaron sus escudos y las bloquearon, sino también respondieron con jabalinas y hachas arrojadizas. Empezaron los gritos. Harold ordenó una lucha cuerpo a cuerpo.

Cuerpo a cuerpo uno no tiene garantías: la muerte y la victoria son azarosas. Los housekarls eran los victoriosos: sus pesadas armas arrasaban a nuestros hombres. La sangre era demasiada, los gritos de dolor, penetrantes. Cabezas normandas rodaban por los campos otrora verdes, y los cuerpos mutilados los teñían de un putrefacto rojo oscuro.

-¡Retirada! ¡Retirada! ¡Repliéguense en las filas! – supliqué.

La batalla recién duraba una hora y ya habían muerto mil hombres. ¡Mil!

-¡Caballería! ¡Caballería de defensa! ¡Bloqueen! – ordené observando que los housekarls avanzaban hacia mis arqueros.

El contraataque fue también trágico: los jinetes dislocaron y les cortaron la cabeza a algunos sajones con sus afilados sables.

-¡No! ¡Esto no puede seguir así! ¡Es vandalismo puro! – replicó un joven guerrero francés. Odio admitir esto, ya que me culpé toda la vida, pero lo atravesé con mi espada por discutir mis acciones.

Más tarde, los Frydmen, guerreros londinenses con menos experiencia, se abalanzaron contra nuestra lancería.

-¡Al arroyo! ¡Al arroyo! – les repliqué a mis hombres con la idea de ahogar a los enemigos - ¡Encierren…! –. Estaba mareado, no podía cabalgar, ni pensar, ni dirigir. Sentía que mi cuerpo se soltaba como un fantasma, pero también que era pesado como un elefante. Me derrumbaba, mi sable se escapaba de mis manos. El mundo daba vueltas de arriba a abajo. Podía ver a la Parca en todos lados. Mil cosas pasaban por mi cabeza. Mil recuerdos y un dolor punzante, el más agudo que había sentido en mi vida. Me moría, así era. Oí un grito y sentí lágrimas amargas. Lágrimas de incertidumbre y desesperación. Al grito humano lo acompañaba también un grito animal. Y de pronto comencé a oler un hedor repugnantemente vomitivo y capté un mar rojo. Un mar que todo lo irrigaba, un océano. Escuché ecos, millones de lejanos y confusos ecos… Me sentí caer en un total e ilimitado vacío.

-¡Billy! ¡Billy!, levántate para ir al colegio!

-¡Tuve un sueño horrible, mamá! ¡Soñé que era uno de esos conquistadores medievales, a los que les pasaban siempre cosas malas!

-Demasiado leer libros de historia, amor.

-Ahora me acuerdo que no he leído todo “William, The Conqueror”. Me he quedado en la parte en que lo atacan con una flecha y se desmaya por quince minutos… Aunque creo que no leí lo último con mucha concentración.

La república dormida

El lugar entero olía a fluidos viscerales, y un tibio vapor se extendía desde las cuevas internas del complejo subterráneo. La escena, por demás, no parecía prácticamente fuera de lugar: los faroles de gas que iluminaban los pasillos se encontraban en su sitio, y las construcciones no exhibían daños perceptibles.
Eso sí, el silencio era sumamente llamativo. Pese que en un día normal el bullicio no era significativo, ya que se trataba de una comunidad pequeña y los automóviles no podían circular por los estrechos senderos, la ausencia absoluta de voces y de ruidos me dejaba profundamente intranquilo. ¿Era cierto que habían exterminado a todos? ¿Habría quedado alguien vivo, escondido entre las sábanas de su cama?
Seguimos marcha hacia el almacén central, donde encontramos la puerta abierta (curiosamente, era la única que se encontraba en dicho estado), y doblamos por el sendero que nos llevaría a la Mansión. Las casas aledañas, a diferencia de las que se encontraban en la entrada, sí tenían rastros de haber sido atacadas: los vidrios de algunas ventanas estaban estrellados, y pequeños manchones de sangre salpicaban los rudimentarios ladrillos de adobe.
Al llegar al portón principal de hierro, Toptan sacó una pesada llave de bronce, y la insertó. La misión que nos habían delegado no era muy difícil. Quizás, lo más complicado era encontrar la ubicación exacta del tesoro, que ni los secuaces con más alta jerarquía del Paladín conocían. Además, toda esa misión debía llevarse a cabo antes de que los refuerzos de la República llegasen. Y no tardarían en hacerlo.
-Será mejor que nos dividamos, - dijo Rodríguez - porque el tiempo escasea y la situación es comprometedora. Que los decuriones conduzcan a sus hombres a destinos oportunos. Massualt, vaya conmigo a la habitación del Paladín, y verifique que todas sus pertenencias estén en orden. Toptan, sus hombres son expertos en proceder sobre máquinas complejas. Desarme todo lo que pueda, y salga con partes lo más pequeñas posibles. Los hombres de Lokyan y Thorn, provenidos de las Escuelas del Trabajo, se encargarán de llevar los cofres pesados e importantes. – la expresión de Rodríguez adquirió una porte serio y concentrado – La misión más ligera, por decir así, aunque sin duda la más importante, se la dejo a usted, Jatami. Preparará nuestra salida, encargándose que los helicópteros estén en buenas condiciones y en buena posición para que todo sea fugaz. Salvete, nos vemos en cuestión de minutos.

(...)