Hacía tiempo que me encontraba errando por el mundo, navegando hacia ningún lugar en concreto. Buscaba, quizás, otorgarle algo de fundamento a mi todavía corta vida, que ya estaba corrompida por años de juego, alcohol y despilfarro. Creía que en esa isla encontraría al fin paz, estando lejos de todo lo ordinariamente conocido. Alejarme del vulgo y de la pecadora sociedad, eso era lo que deseaba con tanta ansiedad.
Llegué al pueblo de Longyearbyen el 20 de octubre de 2006, de la mano de un marinero naturalmente noruego, que ejercía como pescador de alta mar. Lo había encontrado en Oslo a principios de ese mes, rogándole que me aceptara como empleado temporal, ya que carecía de dinero. Como estaba falto de personal, me admitió sin detenerse demasiado a pensar, y el 5 de octubre ya estábamos zarpando hacia el archipiélago boreal, donde cargaría combustible y continuaría su rumbo hacia el mar de Barents. Precisamente en el archipiélago de Svalbard descendí, y, antes de despedirme cordialmente de mi patrón, recibí la paga del trabajo.
La capital de la región, Longyearbyen, era, a mi gusto, genialmente tranquila. Se encontraba en un entorno bastante salvaje e inmaculado, es verdad, pero en esencia era una ciudad europea pequeña, con todo el orden y la pulcritud característicos.
El pueblo me recibió con una fina tormenta de aguanieve, algo usual en las mañanas de otoño. Alquilé una rudimentaria choza frente al fiordo, pagándola en parte con lo que había ganado como pescador y en anteriores empleos provisorios, y en parte con la herencia de mi difunto padre. Unas horas más tarde, el cielo ya se había despejado, y disfrutaba una bella tarde de paz, observando tontamente a las imponentes montañas nevadas.
El tímido sol (que no se había terminado de levantar en todo el día) se ocultó completamente hacia las cuatro de la tarde, y no salió hasta las siete del día siguiente. La falta de luz no me afectaba en lo más mínimo; yo era un hombre perfectamente adaptado para vivir en la noche: en ella comía, bebía, charlaba, pensaba y me inspiraba. O al menos eso era cuando vivía allí, en mi lujurioso antro del Nuevo Mundo.
Nunca siquiera imaginé que en un lugar así me hubieran ocurrido los sucesos que narraré a continuación.
(…)
...traigo
ResponderEliminarsangre
de
la
tarde
herida
en
la
mano
y
una
vela
de
mi
corazón
para
invitarte
y
darte
este
alma
que
viene
para
compartir
contigo
tu
bello
blog
con
un
ramillete
de
oro
y
claveles
dentro...
desde mis
HORAS ROTAS
Y AULA DE PAZ
TE SIGO TU BLOG
CON saludos de la luna al
reflejarse en el mar de la
poesía...
AFECTUOSAMENTE:
ENTRE LA NADA Y EL TODO
DESEANDOOS UNAS FIESTAS ENTRAÑABLES OS DESEO FELIZ AÑO NUEVO 2010 Y ESPERO OS AGRADE EL POST POETIZADO DE CABALLO, LA CONQUISTA DE AMERICA CRISOL Y EL DE CREPUSCULO.
José
ramón...
Muchas gracias, colega peninsular.
ResponderEliminar¡Saludos desde la Argentina! :)