martes, 9 de febrero de 2010

La república dormida

El lugar entero olía a fluidos viscerales, y un tibio vapor se extendía desde las cuevas internas del complejo subterráneo. La escena, por demás, no parecía prácticamente fuera de lugar: los faroles de gas que iluminaban los pasillos se encontraban en su sitio, y las construcciones no exhibían daños perceptibles.
Eso sí, el silencio era sumamente llamativo. Pese que en un día normal el bullicio no era significativo, ya que se trataba de una comunidad pequeña y los automóviles no podían circular por los estrechos senderos, la ausencia absoluta de voces y de ruidos me dejaba profundamente intranquilo. ¿Era cierto que habían exterminado a todos? ¿Habría quedado alguien vivo, escondido entre las sábanas de su cama?
Seguimos marcha hacia el almacén central, donde encontramos la puerta abierta (curiosamente, era la única que se encontraba en dicho estado), y doblamos por el sendero que nos llevaría a la Mansión. Las casas aledañas, a diferencia de las que se encontraban en la entrada, sí tenían rastros de haber sido atacadas: los vidrios de algunas ventanas estaban estrellados, y pequeños manchones de sangre salpicaban los rudimentarios ladrillos de adobe.
Al llegar al portón principal de hierro, Toptan sacó una pesada llave de bronce, y la insertó. La misión que nos habían delegado no era muy difícil. Quizás, lo más complicado era encontrar la ubicación exacta del tesoro, que ni los secuaces con más alta jerarquía del Paladín conocían. Además, toda esa misión debía llevarse a cabo antes de que los refuerzos de la República llegasen. Y no tardarían en hacerlo.
-Será mejor que nos dividamos, - dijo Rodríguez - porque el tiempo escasea y la situación es comprometedora. Que los decuriones conduzcan a sus hombres a destinos oportunos. Massualt, vaya conmigo a la habitación del Paladín, y verifique que todas sus pertenencias estén en orden. Toptan, sus hombres son expertos en proceder sobre máquinas complejas. Desarme todo lo que pueda, y salga con partes lo más pequeñas posibles. Los hombres de Lokyan y Thorn, provenidos de las Escuelas del Trabajo, se encargarán de llevar los cofres pesados e importantes. – la expresión de Rodríguez adquirió una porte serio y concentrado – La misión más ligera, por decir así, aunque sin duda la más importante, se la dejo a usted, Jatami. Preparará nuestra salida, encargándose que los helicópteros estén en buenas condiciones y en buena posición para que todo sea fugaz. Salvete, nos vemos en cuestión de minutos.

(...)

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