martes, 9 de febrero de 2010

El Barrio Impossibilis (2008)

En el Barrio Impossibilis la vida era tranquila. Los vecinos vivían en una inalterada monotonía que les impedía acercarse a situaciones de riesgo o algún cambio significativo en sus vidas.
Todos los lunes el señor H se levantaba muy temprano, religiosamente a las cinco en punto. Se preparaba el infaltable café en jarrito, endulzado con una cucharadita de azúcar, se vestía de traje y se marchaba en su viejo coche hacia el Ministerio.
La actividad también comenzaba para la señora B, encargada de limpiar el imponente hogar de la familia X, que, después de llevar a su hijo al colegio caminando, montaba su bicicleta y se dirigía a su trabajo.
No así era la suerte de los hermanos N, que, saliendo de una holgazana vida juvenil, no podían encontrar un empleo fijo del que puedan llevarse ganancias para mantener la casa de alquiler de la Avenida J. En cambio, sobrevivían gracias a la escasa fabricación de artesanías baratas, actividad que habían aprendido del colegio ABC.
Un lunes como cualquiera a la tarde la familia F envió un anuncio a la radio local. Fue transmitido una sola vez, pero causó efecto inmediatamente, ya que ningún habitante de Impossibilis se hubiera imaginado algo tan súbito e inesperado. El aviso decía: “El viernes próximo a la fecha la familia F organiza un asado con motivo de celebrar la fundación del barrio, en su casa en la calle Z al 240. Llevar platos y gaseosa. Confirmar asistencia hasta el jueves al 8946-4321. Todo el barrio invitado.”
-¡¿Todo el barrio invitado?! – repetían asombrados los lugareños - ¿Todo? Pero, ¿cómo…
“¿Serán amables?”. “¿Qué idioma hablarán?” “¿Tendrán nariz?” Todos estos interrogantes comenzaron a surgir en los hogares todas las familias. Antes de que pasaran diez minutos, una multitud estaba reunida en la puerta de los F. Todos pedían alguna explicación, pero cuando la señora F se presentó, sólo uno se atrevió a hablar.
Era uno de los hermanos N, que, al escuchar la noticia por la radio, no dudó en abandonar la pobre venta de artesanías para llegar hasta allí.
- Señora, usted habla de invitar a todo Impossibilis, pero, ¿cómo daremos con todos? Quiero decir, emm… que es muy difícil, como usted sabrá, llegar a todo el barrio.
- Esperaba que dijera eso, señor N. Últimamente lo veo a usted y a su hermano un poco, así sería la palabra, desocupados. Perdone porque diga esto, pero usted lo sabrá mucho mejor que yo: sus artesanías no las compra nadie. Pero no se desanime, N. Tengo un trabajo para ustedes. Serán los encargados de encontrar una forma de comunicar todo el barrio, ¿no les interesará?
- Por mí sí, pero tendría que consultar a mi herma…
- Muy bien, tienen hasta el jueves inclusive. Si lo logran, le diré al alcalde que los recompense, quédense tranquilos.
- Pero señora, ¿por qué quiere hacer todo esto? O sea, ¿no es hacerse mucho problema? – dijo el práctico señor H.
-No me diga que nunca en su vida sintió curiosidad acerca de las vidas de los vecinos del otro lado. Yo, en lo personal, no moriré con la duda. Adiós, gente, y hasta mañana, que tengo que ir preparando el gran día.
El señor H decidió caminar hacia su casa. Deseaba ignorar en su mente ese tema que, según él, era un olvidable misterio. Al llegar, se recostó en la reposera del parque con la intención de dormir una siesta. Podría haber concretado sus intenciones, si no hubiese un pequeño, varios metros arriba, observándolo con unos catalejos.
H no podía dejar de mirar ese inexpresivo y ovalado rostro que parecía clavar sus invisibles ojos en los suyos. Tampoco podía dejar de tener ganas de conversar con ese rostro liso, de tenerlo al lado, de conocerlo.
Dio un salto brusco, entró a su casa súbitamente, y, corriendo escaleras arriba, se dirigió a la terraza. Desde allí, el pequeño no estaría a más de diez metros. Se subió a la escalera tijera. Uno, dos, seis, ocho escalones. ¡Pero todavía ese desgraciado estaba lejos! Desesperado, H saltó hacia arriba desde el último escalón, y no consiguió más que espantar al niño. Como si faltara más, al caer contra la escalera en mala posición, H se derrumbó en caída libre, aterrizando en el mismo parque de donde había salido, y partiéndose las dos tibias y el húmero derecho. Estaba claro que llegar a ese mundo no era cuestión sumar dos más dos.
Sin embargo, es posible llegar a donde se quiera. O al menos eso pensaban ahora los hermanos N, que ya habían hecho una lista completa de todas las formar posibles de cruzar al otro lado. Ahora faltaba ponerlas a prueba.
El martes a la mañana, tras convocar a un grupo de vecinos voluntarios, comenzaron las operaciones. Intentaron todo: trepar escaleras gigantes, subir hacia las paredes de las casas por sogas con ganchos, propulsarse con cohetes. Hasta probaron con un helicóptero. Pero siempre, siempre tenía que haber una barrera, una fuerza que impedía la conexión. También se transmitieron señales de radio, pero rebotaban o bien no poseían elementos para escucharlas.
Asombrosamente, viendo a los vecinos y pareciendo adivinar sus intenciones, los del otro lado organizaron su propio equipo de trabajo. Ahora todo el barrio se había unido para una misma causa.
Los de abajo decidieron lanzar una soga larguísima y firme, de más de quinientos metros, que, al doblarse por la invisible barrera, pudiera atravesarla por lo menos con uno de sus extremos. Luego de numerosos e infructuosos intentos, una parte muy pequeña de la soga pudo llegar a las manos de uno de los invertidos vecinos. Ahora había que deshacerse de la barrera.
Se convocó eufóricamente a todo el barrio; todos salieron de sus casas para cooperar. Formaron filas que ocupaban las calles y veredas, todos tirando la soga para que el respectivo vecindario opuesto baje desde el cielo. El espacio se hacía cada vez más pequeño, y el barrio todo temblaba como si hubiese un sismo.
Finalmente el jueves 4 de octubre a las 6:52 PM, tras un ensordecedor estruendo, las dos partes se unieron entre sí. A partir de ese entonces, el cielo sólo podía ser visto horizontalmente, y todas las calles, balcones y tejados del barrio estaban conectados.
Los de abajo pudieron ver realmente quiénes eran los hasta ese momento misteriosos vecinos, y comprobaron que tenían rostros, que eran civilizados y simpáticos, y además poseían algo desconocido para ellos: nombres y apellidos complejos, ¡de por lo menos diez letras en total!
El viernes todo el barrio cenó y conversó en la casa de los F. Se compartieron conocimientos científicos y culturales, y gracias a ello se descubrió la cura de muchas enfermedades y la solución de muchos problemas leves y graves. También las actividades se fusionaron; gente de un lado iba a trabajar al otro, estudiantes de todas las zonas acudían a las mismas escuelas y se corrían carreras en circuitos que atravesaban las dos “dimensiones”.
Ahora los invito a reflexionar. ¿Qué sucedería si, por ejemplo, el Barrio Impossiblis no fuera un universo imposible? ¿O aún más, nuestro universo? ¿Qué sucedería si pudiésemos contactar con individuos de planetas lejanos, qué nos contarían, cómo cambiarían nuestra visión de la vida? Yo creo que con confianza y esfuerzo podríamos lograr esa meta, que probablemente nos traiga una gran sorpresa, e incluso un gran beneficio. Algunas veces, no habría que ser escéptico.

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